Rapsodia en Azul (columna)

Rapsodia en Azul (columna)

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La primera vez que escuché la Rapsodia en Azul de Gershwin fue en algún momento de la secundaria, ignoro con exactitud el año. Lo que sí recuerdo es que la conocí por pura casualidad en una noche ociosa, cuando vagando frente al librero de mi madre encontré una Gran Crónica del Siglo XX. Ese libro venía con una enciclopedia, de esas que tienen muchos tomos, pasta dura y letras doradas, e incluía un disco con La música del siglo. Así que tomé el disco, lo puse en mi grabadora -por aquello de que mi discman ya había sido desechado- y luego de una ópera, que quité al minuto y medio, la Rapsodia empezó.

Recordé todo esto hace unos días, al frente de una larga fila de autos esperando el semáforo en alguna esquina de Chuburná. Estaba un poco perdida cuando toda la orquesta me sorprendió y la luz se puso en verde. ¿Así les habrá pasado a los que hicieron Fantasía 2000? No pude evitar preguntármelo mientras aceleraba. ¿Habían sentido lo mismo que yo? Es increíble cuando esas pequeñas cosas pasan. ¿Mi corazón late tanto por la música o por ese semáforo que casi no alcancé?

Los que ya vieron Fantasía 2000 me entenderán. Admito que la vi hace muy poco, y desde luego la parte de la Rapsodia ha estado mucho en mi cabeza. Ambientada en la Nueva York de 1930, esa bella sucesión de historias que convergen lo hacen al a-veces-alborotado-a-veces-calmado ritmo de Gershwin. Bullicio, velocidad, vida de la gran ciudad.

Es fácil pensarlo y reírse un poco. ¿Velocidad en 1930? Supongo que para cualquiera de nosotros eso sería sumamente lento. Y es que para entonces no existían autos tan rápidos ni edificios tan altos; mucho menos redes sociales y un impresionante flujo de información. Hoy, cuando las notas periodísticas pierden vigencia en cinco minutos, recorremos cientos de kilómetros en un par de horas y conocemos a más gente de la que podemos recordar. Ahora, pleno siglo XXI, en que la tecnología de hoy será lo vintage de pasado mañana y llenamos de ocupaciones 18 horas de nuestra agenda.  ¿Qué compondría Gershwin hoy en día?

Si Gershwin tuviera los 25 años con que compuso su Rapsodia, sería un nativo digital. Seguramente dominaría las TICs sin problema, iría de un lado a otro haciendo mil cosas a la vez. Acaso sería tecnófilo, y tendría almacenados gigas enteros de composiciones suyas, probablemente hechas desde su iPad. ¿Entonces? ¿Estaríamos escuchando una Rapsodia más rápida, más vehemente? ¿Se cambiarían esos minutos de tranquilidad, de grandeza, altos y bajos por un constante ajetreo?

Intenté responder todas mis preguntas mientras manejaba por el Centro de la ciudad. Algunos dirían que fue algo muy poco sensato, pero yo digo que fue ideal. Media mañana, el celular sonando, cinco minutos tarde, con un par de camiones, taxis y combis alrededor, deseando desesperadamente poder cambiar de carril para llegar a alguna calle donde, milagrosamente, tal vez haya un lugar libre para dejar mi coche y ahorrarme los 60 pesos de estacionamiento. El pandemónium meridano por excelencia.

Justo así, luego de recorrer varias cuadras y encontrar lugar, mientras escuchaba ese magnífico piano y me olvidaba del reloj, pensé que la Rapsodia es tal y como debe ser. Es universal.

Dos veces he podido escuchar en vivo esta pieza – y ver, porque una orquesta interpretando siempre será algo bellísimo de observar – y en ambas ocasiones sentí que mi corazón estaba a punto de salirse de mi cuerpo, esa dulce agitación que sólo lo verdaderamente sublime como el arte y el amor pueden lograr. Ese temblor de la barbilla, esa urgencia por tener algo en las manos, el cada vez más agitado respirar. Incluso ahora, sentada frente a mi escritorio y escuchando ese piano por enésima vez, bastaría con alejarme un momento de las teclas para dejarme llevar por completo y tal vez, sólo tal vez, por ahí del minuto 13, dejar mi mente en blanco y permitir que una o dos traviesas lagrimitas salgan a pasear. Todos saben lo que me refiero, ¿verdad?

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