«Aprendo de la gente y sus sonrisas»: Rafael ‘Sierrovsky’ Cornejo

«Aprendo de la gente y sus sonrisas»: Rafael ‘Sierrovsky’ Cornejo

Rojos, naranjas, verdes y marrones, así son los matices que llenan la Plaza Grande los domingos en Mérida. La sensación de grasa caliente cubría mi piel mientras caminaba entre la multitud danzarina. Mis ojos cautivados ante tanta gente.

Señores sujetando con orgullo las cinturas de sus mujeres, y éstas, sonriendo extasiadas por la salsa que resonaba hasta el piso de la calle 58. Niños corriendo, tirando al suelo sus papas fritas mientras los padres los ignoraban por estar viendo a los abuelos bailar. Conos con helado derretido tendidos en el pavimento, listos para los atolondrados que necesitaban llegar a su camión.

La Blanca Mérida no me pareció tan alba, pues había colores esparcidos en la vía.

Mi cámara colgaba de mi cuello, y mis dedos tanteaban el enfoque, esperando la fotografía. Mis ojos exasperados, buscando un rinconcito en el cual se hallaba lo que nadie podía ver a simple vista.

Seguí caminando y no encontraba que estaba explorando hasta que escuché un sonido metálico y cándido.

Y fue así, como la fotografía no llegó, pero sí una conversación que me pudo enamorar más que cualquier instante o imagen que pude haber registrado.

Caminé hasta la esquina de la Catedral, en donde se ubicaba un señor barbón con un sombrero de paja, una camisa hawaiana y zapatos desgastados por tanto camino recorrido. Me volteó a ver con unos ojos suaves, pero sus pupilas llenas de vida. En ese momento se hallaba tocando El Himno de la Alegría a una joven, que no podía dejar de sonreírle. Me senté a su lado, mi cámara en mano, esperando ese justo momento entre música y risas para capturar lo que tanto había buscado esa tarde.

El señor terminó de tocar y sonriendo me dijo, “¿alguna pieza que quiera que toque?” Un poco apenada, me reí, y pedí la clásica más querida: Cielito Lindo.

Yo me encontraba sentada a lado del personaje del arte callejero, que al menos en la Plaza Grande, es conocido como Sierrovsky, el hombre que hace las sierras cantar.

“Yo soy Rafael Cornejo, y soy de La Paz. Soy bohemio, soy enamorado de la música y hago música con serruchos.”

De esta manera se presentó Sierrovsky, sonriéndole a la gente mientras pasaba, doblando su sierra con una mano, mientras la otra se dedicaba a golpear levemente, armando una melodía atractiva. Conforme iba tocando, noté que muchos niños se le acercaban, curiosos al ver un instrumento tan diferente. Varios se quedaron hipnotizados, rebotando su cabeza al ritmo de la canción que tocaba Rafael.

Al terminar la canción, no pude resistirme en preguntar si él orientaba su música hacia niños, y su respuesta me maravilló: “La idea con los niños es abrirles una ventanita de la creatividad musical, entonces si yo hago una acción de involucrar a un niño con lo que hago y puedo sacarle una sonrisa, mi trabajo está hecho. Yo no hago esto por dinero, yo hago esto porque me gusta hacer sonreír a las personas. Ahora, haré algo especial y quiero que lo veas.”

‘Sierrovsky’ se volteó para encontrar al elegido y no tuvo que buscar mucho, pues una niña de coletas largas rubias se detuvo ante él con un rostro de curioseo e intriga. Él le entregó a un palo con el cual golpeaba el serrucho y le indicó de qué manera lo iba a hacer. La niña sonreía con cada golpe y a Rafael le brillaron los ojos. Al terminar, la niña le entregó felizmente el palo, y antes de que la niña pudiera responder, ‘Sierrovsky’ le colocó en la mano una flauta blanca.

La niña, sorprendida, sujetó con júbilo su nuevo obsequio y agradeció al señor al tomarlo de la mano. Su intercambio duró apenas unos segundos, pero creo que a Rafael nunca se le olvidará ese gesto tan inocente.

“Te voy a decir una cosa, el arte no tiene precio, no tiene competencia, no tiene envidia. Yo lo que hago es arte, pero, el dinero va y viene, y a mí no me gusta dar la mano para que me den. Si a mí me dan un aplauso, un abrazo, un beso y un peso está bien, pero la satisfacción es mejor de saber que estoy desarrollando algo positivo. Como el arte, que no tiene precio en personas tan inocentes como los niños.”

Personas pasaban intrigados, maravillando como sus dedos podían hacer que una sierra sonara de esa manera.

“Música con serruchos, para mi, es algo muy especial, y lo hago todos los días. Tengo quince años haciéndolo. Tengo satisfacciones muy buenas de dinero, de gente muy benévola. La mejor satisfacción es expresar el arte.”

Mientras hablábamos su arte, abrió su maletín, sacó un palo de bambú y comenzó a soplar para hacer salir un sonido agridulce, que hizo detener a un policía local. Éste cruzó la calle y se quedó plasmado ante el señor. Yo podía ver que Sierrovsky’ sonreía mientras que con sus simples soplidos hacía arte.

Al terminar, éste volteó y me dijo: “El arte callejero tiene la capacidad de atrapar tanto a un niño como a un señor, y depende de cómo te desarrolles en la expresión para cautivar. Obviamente hacer música en un teatro convencional es especial a su manera, y lo tienes que hacer de manera exacta para hacerlo correctamente. En el arte callejero es lo mismo, pero hay la facilidad que personas de todo tipo tienen acceso a lo que yo hago. A diferencia del arte convencional, lo que yo hago todos lo pueden escuchar y al final, es de todos.”

Y es ahí, cuando supe que esa conversación era mejor que cualquier fotografía que pudiera tomar ese día. Después de varias canciones y el himno nacional de Rusia, ‘Sierrovsky’ comenzó a guardar sus cosas en su maletín negro. Supuse que ya era la hora de que se fuera y me levanté con él, y tengo por seguro, ha sido una de las cosas más interesantes que me han dicho en mucho tiempo. “Con lo que yo hago, expresando el arte, aprendo de la gente y sus risas. ¿Qué más podría ser arte si eso no lo es?”

Y con un ligero acomodo de su sombrero, un jalón de camisa y sujetando su maletín, Rafael ‘Sierrovsky’ Cornejo cruzó la calle para sentarse a sacar sonrisas al toque de un serrucho.

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