Dios está perdiendo la memoria (crónica)

Dios está perdiendo la memoria (crónica)

Entré prácticamente trotando a los cines del Siglo XXI. Eran las 8:42PM. Para mi sorpresa, la antesala estaba llena. Habían muchas personas: una fila esperaba para comprar en la dulcería, otros se encontraban sentados en los sillones y mesas, algunos parecían apresurados volteando a ver a todos lados.

“Sala tres”, recordé. Voltee a ver a la derecha: sala cinco, cuatro. Giré a la izquierda, sala tres. Cerrada. “¿Y si ya empezó?”, pensé.

Un par de jóvenes se dirigieron a la puerta. Los seguí. Juan Esteban abrió. “¡Felicidades, amigo!”, dije. Entré por el pasillo, donde habían algunas personas esperando a pasar, giré a la derecha y vi la sala llena.

Comencé a subir escalón por escalón, pero no podía reconocer el rostro de quienes se encontraban lejos. “No vuelvo a dejar mis lentes”, me dije. Encontré un asiento en la última fila. Escuché que nombraron a Vicente López, quien se levantó entre chiflidos y aplausos de los chavos de octavo semestre de la Anáhuac Mayab. Grité emocionada. Definitivamente desde acá no puedo ver bien.

Vi que mis primas, a quienes invité, habían llegado: ellas tenían mis lentes.

Bajé los escalones y comencé a reconocer algunos rostros de la Universidad: el profesor David Arcila me había dado clases en primer semestre; Carlos Hornelas, otro maestro de la Escuela de Comunicación y Marisol Tello, directora de la carrera. Llegué a donde se encontraban mis acompañantes y les solicité casi de manera inmediata mis lentes.

Juan Esteban tomó la palabra. Comenzó a hablar sobre el nacimiento del cortometraje. “Era enero de 2013. Vicente me había enviado dos historias. Me enamoré de la primera, pero sabía que no tenía el equipo para llevarla a realización. Después, abrí ‘Dios está perdiendo la memoria’. ¡Wow! -exclamó- me cambió la vida”.

Vicente debe ser un gran escritor. Yo lo conocía y tuve la fortuna de que me diera clases en el primer semestre de la carrera, su último en la Universidad. El último día le dije: “Vicente, he pasado mucho tiempo esperando tener un maestro como tú. Gracias”.
Recuerdo la expresión en su rostro y su exclamación. “Wow”, articuló bien cada letra. Se tomó la cabeza con la mano. “Gracias”, dijo.

Fui sincera, y aunque no tuve más clases con él, las que había tenido eran suficientes para que me marcara. Sé que a muchos compañeros también. Ha pasado año y medio desde entonces. Juan Esteban continúa hablando sobre el cortometraje. Esperaba mucho de él. Además, sabía (ya que llevaba algunas clases con este compañero) que había puesto todo el empeño en el trabajo que iba a exhibirse.

“Sin más preámbulo, les presento ‘Dios está perdiendo la memoria’”. La cinta comenzó a correr. Las luces no se apagaban. (Continúa atrás) (‘Cuando la pasión y un salto de fe…’ viene de portada)

“Cácaro, las luces”, pensé y sonreí porque recordé el programa ‘El rincón del cácaro’, también de Juan Esteban. Las luces se apagaron. ‘Dios está perdiendo la memoria’, leí en la pantalla grande de la sala tres. Disfruté de la historia que se proyectaba.

“A mi madre, quien siempre me ha apoyado”. Apenas logré leer la dedicatoria. Comenzaron a correr los créditos. Se encendieron las luces. Automáticamente voltee a ver a Vicente, tenía las manos en el rostro. “Tu maestro está llorando”, me dijeron mis primas.

Asentí con la cabeza. Sabía que Vicente era muy emotivo. “Él sabe exactamente lo que quería decir”, pensé, volteando a verlo de nuevo a través de la butaca. Juan Esteban volvió a tomar la palabra. Esta vez invitó a Marisol a pasar al frente de la sala.

Marisol se levantó de su asiento, al lado de la esposa de Vicente, y comenzó a bajar los escalones. Al llegar a Juan Esteban lo abrazó, tomó el micrófono y habló sobre la primera vez que vio a Juan Esteban.

“Pensaba hablar sobre lo técnico, pero realmente el cortometraje te hace sentir algo más. No puedo hablar solo de eso, sino más bien, del trabajo que representa para ti… recuerdo la primera vez que llegaste en primer semestre, querías ayudar en la radio, en El Altavoz, esa emoción y pasión que te caracteriza se ven reflejados hoy en este trabajo”, afirmó.

Así, Marisol continuó hablando sobre el trabajo duro. Incluso mencionó la valentía de pocos para llevar a cabo proyectos más allá de una calificación de la Escuela.

Juan Esteban volvió a tomar la palabra, esta vez para comenzar a agradecer a cada una de las personas que lo ayudaron para la realización del cortometraje. Agradeció a su madre, a su familia, a sus compañeros, a sus profesores en la Universidad. Pidió un aplauso.

Posteriormente, llamó a pasar al frente a todo el equipo de producción. Volteé a ver y se levantaron algunas personas, diez aproximadamente, bajaron las escaleras y se pusieron enfrente de la sala.

Juan Esteban fue agradeciendo a cada uno y les entregó un reconocimiento. Los aplausos y los gritos no se hacían esperar. Por supuesto, al llegar a Vicente, los aplausos no cesaron. Juan Esteban le agradeció su confianza para darle una de sus historias.

Vicente estaba emocionado, en medio de aplausos y gritos, se inclinó en señal de agradecimiento.
En la sala se encontraban amigos, familiares y compañeros de Juan Esteban. Todos parecían conocer el trabajo que había realizado y a quienes le habían prestado su talento para lograrlo. “Debemos irnos”, dijeron mis primas. No quería, pero no teníamos mucho tiempo. Cuando terminó la entrega de reconocimientos, aprovechamos para salir.

“La pasión, el trabajo y un salto de fe pueden lograr grandes cosas”, pensé mientras salía por la puerta roja de la sala tres.

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