En el corazón de la Ciudad Blanca (crónica)

En el corazón de la Ciudad Blanca (crónica)

En el marco de la asignatura ‘Comunicación Integral’, impartida por el profesor Carlos Pérez Várguez, alumnos de la Escuela de Comunicación de la Anáhuac Mayab realizaron una visita al mercado de ‘San Benito’ para llevar a cabo un ejercicio de crónica. A continuación, se presenta el trabajo de Isabel Mendieta, alumna del quinto semestre de la carrera.  

«¿Crees que deba llevar mi sombrilla?», me preguntó Isabella al bajar del coche. «No creo que llueva», respondí. 4:48PM. Llegamos tarde, la lluvia no cesó en el camino desde la Universidad al Centro. Habíamos llegado al estacionamiento donde vimos a los demás compañeros con Charlie, nuestro profesor de Comunicación.

Entre risas y comentarios, Charlie contaba anécdotas, como siempre, de buen humor. Al cabo de unos minutos comenzamos nuestro recorrido por los mercados del centro. Salimos del estacionamiento, caminamos una cuadra  y giramos a la derecha.

La cantidad de personas sobre la acera y en la calle, cruzando, yendo, viniendo, era más de lo normal. Creo que no hay una calle en el mundo lo suficientemente grande para un mercado. Las calles son tan pequeñas para tantas historias que se viven sobre ellas. Al llegar a la esquina, Charlie nos señaló un lugar frente a nosotros: un portón enorme con un pasillo al lado. Habían puestos de fritangas en la entrada.

«Por el pasillo», escuché decir a Charlie. Recorrimos el pasillo estrecho del mercado ‘Cecilio Chi’. Había ropa, colgada del suelo al techo a lo largo. Era algo oscuro por la falta de luz.  «¿Qué talla, chica?», me dijo la señora del primer puesto. Su tono de voz me recordó a Celia Cruz. Sólo le faltó decir ¡azúcaaaar! Reí por dentro.  Continué caminando.

Los puestos estaban pegados unos de otros y era difícil saber dónde terminaba uno y comenzaba el otro. La única forma de saberlo era notando que cada cuatro o cinco pasos había una mujer distinta, esperando a que pasaras. Señoras, jovencitas, niñas. Todas mujeres. «¿Deseas algo, nena? Pregunta, pregunta» No voltean a verte, solo hablan como no esperando que te detengas. Es una pregunta que no planea tener respuesta. Dicen las frases automáticamente y continúan con su vida.

A medio pasillo, se veía una entrada de luz. Era una cantina. Habían algunas personas dentro, la mayoría hombres. Del otro lado podía verse la calle. Continuamos hasta salir.  Atravesé el pasillo, nunca volteé a ver al techo, no sé por qué. En los mercados paso la mayor parte del tiempo viendo el suelo. ¿Por qué no el techo? ¿Porque hay que ver hacia abajo? Cada vez que echas un vistazo, puedes encontrar algo nuevo. Tal vez, a algún niño jugando en el suelo, a las señoras que ponen su puesto sobre la calle o a un hombre con barba blanca, sucia por el polvo. Al salir, notamos estaba lloviznando, estaba fresco, no había sentido calor… hasta ahora.

Frente a nosotros se encontraba el mercado ‘Lucas de Gálvez’ . Cruzamos la calle. Comenzamos a caminar sobre la acera, donde habían más personas en sus puestos, algunos durmiendo directamente en el suelo. Vi que mis compañeros comenzaron a entrar en una puerta grande. Era la entrada a la zona de joyerías. El lugar era limpio, piso blanco, muy bien iluminado. El primer puesto era de helados. Todos los demás eran de joyas.

El lugar estaba vacío a excepción de los vendedores y nosotros. No escuché que le dijo Charlie a Isabelina, pero ésta se dirigió al puesto de helados y compró uno, vi que comenzó a platicar con el vendedor. Comencé a adentrarme más. Aquí habían distintos pasillos, uno a la izquierda, uno que continuaba el camino, pero en forma de curva , y uno a la derecha. Caminé hacia el de la derecha. Al final, se veía otra zona.

«Huele raro», me dijo un compañero. Mariscos y pescados. Delante de nosotros, había un cuarto grande. Las paredes eran verdes, estaba iluminado, aunque no tanto como la zona de joyerías, y a diferencia de ésta, el suelo estaba sucio, con basura por todos lados. Al lado de la puerta, justo a mi izquierda, se encontraba una imagen grande, con veladores y bien decorada, de la Virgen de Guadalupe. Me pareció curioso, aunque no raro, porque ¡Es México, señores! Charlie nos llamó, por lo que regresamos hasta encontrarnos con los demás.

Mientras salía por la puerta de la parte de joyería, vi delante de mí un cuadro distinto a los que veo en mi día a día. Frente a mí estaba la calle, una calle viva con personas por doquier: caminando, sentados, platicando, vendiendo, yendo y viniendo, todos parecíamos tener prisa, excepto quienes se ganaban la vida allí. Ellos no. Ellos cumplían con su trabajo.

En esta parte, la acera era mucho más grande y la calle angosta para los coches. Bien pensado. Es un mercado. Giré a la derecha para seguir al grupo. Afortunadamente vi hacia abajo y no tropecé con un hombre.

Un hombre con mirada perdida, no estaba drogado, no estaba tomado. Solo estaba sentado, viendo la vida pasar. Sostenía un costal lleno de latas, vestía tenis Nike blancos con rojo, pantalón negro y blusa manga larga negra con rojo. Hacía calor. Podía subir al coche, encender el clima, conducir a casa, tomar un baño, quitarme el sudor y polvo que mi recorrido por los mercados del centro de la ciudad blanca me dejo. Puedo regresar a casa, y junto con el polvo, dejar que se vayan estos pensamientos. Él no.

Continuamos caminando hasta entrar a una galera enorme, aquí había de todo. En la entrada había un puesto de trastes, luego frutas. En esta parte del marcado era más difícil caminar. El pasillo era estrecho y por el queríamos pasar dos o tres personas a la vez.

«Recuerden que deben comprar tres cosas», nos repitió Charlie. Comencé a ver todo el lugar: Frutas, verduras, sombreros, jaulas, cuchillos, trastes. Había de todo. Limones,  esta mañana mi prima me había dicho que quería limones. Me dirigí con la señora del puesto y pregunté: «¿A cuanto la medida?» Había escuchado a mi mamá decir eso antes. «Cinco pesos», respondió la señora que estaba a la izquierda: nunca se sabe de quién es el puesto realmente.

Pagué los cinco pesos y continúe caminando. Al llegar al final del pasillo, sonidos de patos, pollos y perros llegaron a mis oídos. Volteé a ver, y a la derecha, se encontraban todos estos animales en jaulas. El encargado se encontraba con la mano dentro de una, esperaba paciente para atrapar una de las aves que revoloteaba al lado de su mano. Logró atraparla: era pequeña y negra. La sacó para cambiarla de jaula. ¿Por qué haría eso? ¿Para qué le serviría?, me pregunté, pero antes de poder externarle al señor mis dudas, Charlie ya nos llamaba para entrar a la siguiente galera.

Regresé con los demás. Justo donde estaba antes, ahí comenzaba una galera más. Los puestos eran de frutas y verdura. Olor a chile habanero. Estás en Yucatán, me recordé.

Continuamos por otro pasillo. Esta vez pasamos por la zona de los santos, la de los zapatos, especias, revistas y libros. Salimos por un callejón, lo cruzamos para entrar a otro mercado. Los mercados acá se dividen por calles, callejones o simplemente puertas.

Una señora se encontraba jugando en los tragamonedas de apuestas, esas maquinitas que te dan dinero si tienes suerte. Me pareció muy curioso que una señora jugara eso, generalmente lo hacen los niños. En este mercado también había de todo, no estaba dividido por zonas. Las estructuras de este edificio, porque tenía más de un piso, eran grandes, con techos altos y paredes grises. La mayoría de puestos eran de madera, aunque algunos no.

Algunos chavos, en condiciones no aptas, reían y platicaban en esta salida. También había de maquinitas y para mi sorpresa quienes la jugaban eran señoras y señores. Una mujer tenía un puño de monedas ordenadas en su mano izquierda y con la otra jugaba. Los dos locales al lado también eran de videojuegos maquinas, con adultos jugando. Su único objetivo: dinero. Estaban concentrados en lo que hacían y sabían bien qué hacer, algo me decía que lo hacían seguido.

Entre risas y sorpresas, salimos en dirección al estacionamiento de nuevo. Durante el trayecto de regreso, personalidades aparecían e imprudencias también. Un joven, una chava, un bebé y un ventilador partieron en una moto cuando pasábamos delante de ellos. Gracioso y peligroso, pero cierto. Muchas más situaciones vimos allí. Se podría decir que en los mercados hay muchas historias por contar. Cada día es nuevo y distinto. Éste no nos decepcionó: se descubre que también hay vida allí.

Fuente de la imagen: http://www.desdeelbalcon.com/balcon/wp-content/uploads/2015/01/071A0040.jpg

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