Todo por diez pesos (crónica)

Todo por diez pesos (crónica)

En el marco de la asignatura ‘Comunicación Integral’, impartida por el profesor Carlos Pérez Várguez, alumnos de la Escuela de Comunicación de la Anáhuac Mayab realizaron una visita al mercado de ‘San Benito’ para llevar a cabo un ejercicio de crónica. A continuación, se presenta el trabajo de Isabel Mendieta, alumna del quinto semestre de la carrera.  

Fue interesante la idea de mi profesor Carlos Pérez: salir al mercado como un ejercicio para hacer una crónica en el mercado grande de la ciudad de Mérida.

Mis compañeros y yo nos dirigimos al famoso estacionamiento «El Esfuerzo», ubicado en la calle 60 con 67 y 69. Al dirigirme al centro, tuve la desafortunada suerte de encontrarme con una tarde lluviosa, y aunque mis predicciones indicaban que llovería desastrosamente en el bello centro de mi ciudad, Chac escuchó mis plegarias y la tarde se despejó.

Al llegar al estacionamiento, me encontré con mis compañeros y mi profesor. Esperamos unos minutos para encaminarnos al famosísimo mercado grande. Cuando habíamos caminado una cuadra, regresó la lluvia, aunque con menor intensidad que unas horas antes, pero llovió al grado de dejar mi cabello crespo como las escobas que después vi en los pasillos del lugar.

Entramos por el Cecilio Chi, donde uno puede disfrutar una nieve de coco en la heladería más antigua de la ciudad. Mi compañera Isabelina compró una y me recordó que sabían igual a los que vendía el heladero que se paraba todos los días en la entrada del Colegio Teresiano, lugar donde estudiamos las dos antes de entrar a la Universidad, y que yo siempre consideré de los mejores helados de la ciudad. Ahí mismo se encontraban los joyeros, donde su puesto decorado con sus productos invitaba a comprar unos aretes o un collar.

Saliendo del lugar, cruzamos cerca de una de las tantas cantinas del centro de la ciudad cuando un señor me miró y a los ojos me dijo: «Hola hermosa» y me mandó un beso. Primero creí que no se dirigía a mí por la entonación cariñosa de su voz, por lo que giré la mirada para confirmar si se encontraba la novia del señor detrás de mí. Para mi mala suerte, no había nadie, así que tímidamente caminé más rápido para desaparecer de su vista, no porque no me gusta que me digan hermosa, pero prefiero que no sea un extraño, sin embargo, he de decir que en Yucatán es el lugar donde me han ‘piropeado’ con más respeto.

Entramos al Lucas de Gálvez, donde mi principal vista fue un aparador con sostenes de todo tipo de tamaño y color, una compra que haría una mujer para consentirse. Seguimos caminando, y aunque la lluvia había disminuido, en los suelos de nuestro camino habían charcos y lodo.

A las afueras del mercado se encontraban los puestos ambulantes, donde puedes comprar un snack saludable: mangos pelados o jugosas huayas con chile y limón. En esos mismos puestos también se puede comprar tamarindo con chamoy, chile, azúcar o natural. Todo por diez pesos.

Entramos por los coloridos pasillos de frutas del Mercado de San Benito, «¿Qué te ofrezco, nena?», «¿En qué te ayudo, güera?» (mi cabello es oscuro como noches sin luna llena), «Llévele mango», «Lleve su pitahaya, aguacate, piña, cilantro, rábano, rábano, rábano» (todo repetido múltiples veces y más rápido que las señoras rezando en la novena). Lo que más me impresionó en ese momento fue como todo lo podías comprar con varias monedas de diez pesos, pues al parecer ésa es la medida con la cual se vende de todo: diez pesos por la bolsa de limones, por dos mameyes, por unos chiles habaneros. El señor que vendía mameyes me conquistó con el bonito rojo de los pedazos cortados de la fruta.

Seguí caminando y me encontré del lado derecho con unos coladores bonitos de metal brillante. Compré uno por solo treinta pesos. En ese espacio del mercado fue donde más tiempo estuvimos porque fue donde la mayoría de mis compañeros se entretuvieron como yo, haciendo unas cuantas compras de fruta fresca o por otro lado hasta un sombrero.

Al finalizar la zona de frutas, se siente el olor al conjunto de animales enjaulados en cajas rejadas que intentan ser jaulas, pero que no llegan ni a los talones de algo decente donde mantener sano a un ser vivo. Es triste pasar por ese pasillo oscuro y sucio: los animales lloran, te miran con ojos de inocencia. Alguien debería hacer algo para cambiar esta situación.

Después, nos fuimos por el área de los zapatos, donde hay calzado para dama o caballero de cualquier edad. Los vendedores ofrecían sus descuentos con sus cantos iguales en cada pasillo hasta que encontramos un estante de libros de segunda mano con títulos de ediciones antiguas: «Aprende todo de tu Windows 95», «Conoce todo de la telefonía inalámbrica», entre otros.

Al salir del mercado, se sintió en el aire la humedad veraniega que nos deja un bochorno que es todavía peor que el calor. Finalmente, fuimos al Mercado de las Artesanías, donde la soledad abunda y es difícil saber quien te atiende porque, a diferencia del Mercado de San Benito, no hay nadie.

Al bajar las escaleras se puede observar el panorama de la definición de un país en vías de desarrollo: techos de lámina mal pintada y el olor de desechos de carne.

Por último, regresamos al estacionamiento, nuestro punto de encuentro.

Fuente de la imagen: http://sipse.com/imgs/112012/25111279f431727med.jpg

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