Reinterpretando a Ícaro

Reinterpretando a Ícaro

«Encuentra lo que amas y deja que te mate»: son palabras usualmente (y, según múltiples fuentes, erróneamente) atribuidas al escritor Charles Bukowski.

Sean originarias del gran artífice de la palabra o no, la frase ha demostrado ser resonante lo suficiente para volverse viral como uno de los muchos aforismos -pequeñas piezas de sabiduría – compartidos en masse vía redes sociales.

Aquí es donde uno usualmente empezaría una diatriba sobre los peligros de casualmente usar la internet como fuente de información y de cómo la posmodernidad carente de cimientos formales transforma el conocimiento en frases cortas mal atribuidas y fáciles de digerir: sabiduría para llevar.

Pero en este caso, no. Prefiero dar por inevitable el contexto que rodea la frase y, en cambio, enfocarme en cómo esas cortas palabras son reflejo y exaltación de una universal mentalidad joven, jovial y, me atrevo a decir, románticamente impulsiva.

El mito de Ícaro es ampliamente entendido como una advertencia hacia la súbita naturaleza de la juventud. Presenta a padre e hijo injustamente encerrados en una torre y un plan de escape que resulta en trágico deceso del más joven. Aún advertido por su padre Dédalo, el joven Ícaro cae a merced de su vehemente encuentro con una siempre anhelada y recién encontrada independencia. Sus alas de cera, instrumento de liberación, se vuelven condena.

Si tan sólo no fuese tan impetuoso, si fuese tan sólo un  poco más reflexivo. Aviso no le hacía falta. Fue constantemente exhortado por su progenitor a no acercarse al Sol. Sabía que hacerlo derritiría sus alas y significaría su fin, y no obstante, lo hizo.

Ícaro, después de tanto tiempo privado del mundo exterior, cedió al ardiente anhelo de extender sus alegóricas alas y enfrentarse al mundo en completo enardecimiento. Cegado por la pasión, dirían unos. Iluminado por la oportunidad, dirían otros. De una forma u otra, ceguera e iluminación son producto de la misma reluciente luz: es cuestión de desde donde la veas.

Pero al fin, el desliz de Ícaro no es más que profético. Tal energía, tal pasión, es firma de la juventud, inherente a aquella etapa de la vida de recién descubierta individualidad y potencial. Es la edad de querer comerse al mundo, y me pregunto, ¿por qué no ha de serlo?

Sí, la tragedia de Ícaro se concibió como una enseñanza, pero disciplina y docilidad no es el único legado que deja.

Ícaro prefirió unos momentos de exaltación por encima de una vida de hubieses. Se dejó disfrutar el momento, consciente, pero despreocupado de las consecuencias. ¿Es eso algo tan malo?

No le tengan miedo a sus metas. Vivan como anhelan vivir. Desháganse de las inhibiciones y sigan sus pasiones. Y si en el proceso eso significa volar cerca del sol, si significa -como nos dice el apócrifo Bukowski- encontrar amor y ponerle la daga en la mano, entonces que así sea. No querría pensar en la alternativa.

Imagen: El vuelo de Ícaro, por Jacob Peter Gowy.

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