Por: Valentina Álvarez
La consciencia de Unidad trata de volver al Todo. Regresar a la concepción primaria de que todos formamos parte de un gran Orden cósmico. ¿Pero por qué volver? ¿Ya fuimos antes parte de un Todo y dejamos de serlo? ¿Cuándo dejamos de reconocer esa fuerza suprema que nos une de igual manera a otro ser humano o a una piedra o a una planta? ¿Por qué nos habremos olvidado de ese amor que emana la naturaleza y que nos liga de manera armoniosa a cada ser y a cada momento? ¿A caso las religiones no comenzaron con este propósito? ¿Qué pasó para que se olvidaran los verdaderos motivos de las religiones?. Religión significa re-ligar; es decir, volver a ligar la vida terrenal con lo sagrado o lo divino. Ahora parecen haber muchos otros objetivos para él o la religiosa antes de querer realmente establecer una relación con uno mismo, con los otros y con ese impulso inicial al que llamamos fuerza divina.
Tendemos a centralizar nuestra atención en algo que nos sirva para evadirnos y conformarnos al mismo tiempo; a algo que nos es ajeno para no tener que confrontarnos con lo que somos. Buscamos las raíces de algo que no trata precisamente de nosotros porque se nos hace más fácil que indagar en lo que sí nos concierne directamente. Vivimos en un adormecimiento constante. Nos enseñan en las escuelas a conocer las raíces y el pasado de las civilizaciones que han sido importantes o destacadas -¿para quién?- en lugar de motivarnos a conocer nuestro pasado personal, nuestros ancestros y cuánto de eso prevalece en nuestras vidas.
Se habla de volver a la consciencia de Unidad, porque en épocas pasadas el estilo de vida era radicalmente diferente al que llevamos hoy en día. No había cine, Whatsapp, videojuegos, iPods, ni absolutamente ninguna herramienta similar para pasar el tiempo, para distraerse o evadirse. Había naturaleza alrededor, y eso es lo que hacían los seres humanos: observar la naturaleza. Por esto se lograron hacer monumentales edificaciones en múltiples civilizaciones antiguas. El ser humano tenía tiempo de sobra para observar, analizar y estudiar a la naturaleza y de esta forma aprender de ella. Había tiempo para observar y conocer las estrellas, el movimiento de la tierra, el crecimiento de las plantas, el comportamiento de otros animales, las temporadas del año, el clima y muchas otras cosas que nosotros desconocemos y que sólo podemos conocer a través de libros, películas o porque alguien más nos habla de estos temas. Somos capaces de diferenciar todas las marcas de productos electrónicos: Apple, Microsoft, Dell, Panasonic, Sony, etc., pero si nos ponen en frente 5 árboles distintos nos quedamos mudos. La tecnología avanza pero lo hace de una manera muy fría; nos aleja de la parte humana -¿cómo es posible que los humanos nos alejemos de nuestra parte humana?-.
Estamos en una época de cambio. Es la primera vez en la historia del ser humano que en todo el orbe existe de manera simultánea un impulso de despertar y restablecer esa conexión sagrada con la naturaleza, con el otro, con el todo. Y no se trata de ser drástico y dejarlo todo para entregarse a una causa, sino de (con la información que tenemos ahora a nuestro alcance) hacer lo que se pueda dentro de nuestras posibilidades por mejorar nuestra calidad de vida, con la consciencia de que algunos ligeros cambios personales repercuten en el resto del planeta y así también estamos mejorando la calidad de toda la naturaleza. Comienza por honestamente hacer algo por conocerte a ti mismo, tus fortalezas, tus debilidades, tus aspiraciones, tus decepciones, tu pasado, y sobre todo tu presente. ¿Por qué seguir viviendo un estilo de vida que se te ha impuesto? ¿Por qué le rindes cuentas sobre tus decisiones a personas que ni si quiera te conocen o ni siquiera les importas? ¿Por qué es importante responder a lo que los otros esperan de ti? Tan fácil como preguntarse ¿por qué el color azul es para los niños y el rosa para las niñas? ¿Por qué hay prejuicios alrededor del largo del pelo de un hombre o de una mujer? ¿Por qué menospreciamos a quien lleva una vida diferente a la nuestra? ¿Cuándo vamos a despertar de ese estado somnoliento al que los medios de comunicación, el sistema educativo, la familia, los amigos y la sociedad en general nos han orillado a formar parte?
Tú, ¿cuándo vas a confrontarte contigo mismo? ¿Cuándo vas a aceptar conocerte de manera transparente y sincera? ¿Cuándo vas mirar al otro con compasión y empatía? ¿Cuándo vas a dejar de tener miedo de romper con el sistema que se te ha impuesto? El primer paso es dejar de dar todo por sentado. Dejar de creer que lo sabemos todo y que todo es de alguna manera porque ASÍ TIENE QUE SER. ¿Por qué tiene que ser así? ¿Quién lo dijo? ¿A quién le sirve que sea así? ¿Soy feliz siendo así? Tenemos que entender que la vida trata de un continuo proceso de aprendizaje y de crecimiento. Tenemos que tener valor y seguridad para romper, voltear, aplastar, estirar y, si queremos, hasta poner de cabeza todo lo que nos llega y que recibimos y aplicamos casi siempre sin siquiera preguntarnos nada; masticar antes de tragar.
Como seres humanos tenemos toda la capacidad de ser críticos, observadores y objetivos. Con estas herramientas podemos elaborar nuestros propios juicios para vivir una vida honesta y que realmente cumpla con nuestras expectativas personales. Buscamos la felicidad pero olvidamos el primer paso: esclarecer lo que entendemos por “felicidad”. Este concepto no tiene la misma definición para todas las personas, y de ahí hay que partir. No sirve de nada perseguir una felicidad que se nos ha vendido: el coche ideal, la familia ideal, el vecindario ideal en la ciudad ideal, con el trabajo ideal, con un sueldo ideal, para que los hijos vayan a la escuela ideal y puedan después obtener -al igual que tú- un trabajo ideal para poder mantener a su propia familia ideal. Definitivamente no todos aspiramos a lo mismo. Quizá haya quien no quiera un coche, o no le importe tanto el sueldo, o que simplemente no quiera tener hijos o siquiera casarse, y que aun así tenga sus propios ideales que lo encaminen a tener una vida feliz.
Somos individuos; individuales, con diferencias, con preferencias, con ideales propios, con temores propios y con un sinfín de situaciones que nos rectifican que somos “individuos”. Sin embargo, al mismo tiempo somos parte de una comunidad. ¿Por qué no transformar el concepto de “comunidad” a “común – unidad”? ¿Por qué no dar ese paso que el mundo está pidiendo a gritos para sacar adelante a los nuestros? ¿Por qué no incluir en “los nuestros” a todos, al todo? Tenemos una breve temporada de vida en el planeta Tierra, una breve oportunidad para trascender, un lapso corto para formar parte de algo. Ese momento es aquí y ahora. No pospongas más nada, no cargues más peso.
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