Stuart: Es ahora. Es hoy. Nos casamos el mes pasado. Amo a Gillian. Soy feliz, sí, soy feliz. Al fin me salió bien. Es ahora, ahora.
Gillian: Me casé. Una parte de mí pensaba que nunca llegaría a hacerlo, una parte de mí lo desaprobaba, otra parte de mí estaba un poco asustada, a decir verdad. Pero me enamoré, y Stuart es una buena persona, una persona amable, y me quiere. Ahora estoy casada.
Oliver: Oh, mierda. Oh, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, MIERDA. Estoy enamorado de Gillie, acabo de darme cuenta. Estoy enamorado de Gillie. Estoy asombrado, estoy aterrorizado, estoy superacojonado. El cerebelo no me funciona de puro miedo. ¿Qué va a pasar ahora? (pág. 50)
¡Y a la quincuagésima página, el libro se abrió ante mí como una revelación!
Efectivamente, en la página 50 descubrí otro libro diferente al que había comenzado. Engullí y centrifugué cada palabra, frase e intervención de los sujetos en apenas horas. Sí, he dicho sujetos, no personajes. ¿Acaso hay personajes en este libro? Es más, Julian Barnes, aparte de un merecido ganador de numerosos premios literarios, entre otros el Premio Booker 2011, ¿quién es Julian Barnes? El escritor desaparece como tal y se muestra solo como transcriptor de las intervenciones que los personajes (esta bien, emplearé personajes para hacer esto más llevadero) han confesado sentados en el sillón del confesionario de un Gran Hermano «barnesiano».
La historia trata sobre un tema trasnochado que se ha ido regurgitando con el paso del tiempo: el del triángulo amoroso. Lo novedoso no es el tema, está claro, sino el contenido. Stuart y Gillian se conocen, se enamoran y se casan. De pronto entra en escena Oliver, mejor amigo de Stuart, y se interpondrá entre la pareja tras descubrir que está perdidamente enamorado de Gillian. Lo flamante del libro es que el personaje interactua con el lector (no con los lectores). Quiere hacerte partícipe a ti, que estás al otro lado de la cámara. Te preguntará, te confiará sus sentimientos e intentará sonsacarte información sobre lo que otros personajes han podido decir de él.
Protagonistas principales solo hay tres. No hay buenos ni malos, ninguno te satisfará en su totalidad y siempre sacarás pegas de cada uno de ellos sin llegar a culpabilizarlos de nada. Complicado, ¿eh? Bueno, es lo que sucede en el día a día. Stuart Hughes es un hombre aburrido y sensible. Olliver Russell es un tipo raro, bohemio y hablador. Gillian es tranquila y caprichosa. Claro, estas pinceladas son a gusto de cada uno. La subjetividad a la hora de caracterizarlos es amplia y está colmada de matices, peros, sin embargos y quizás. Hay otros personajes secundarios que se cuelan en el confesionario y que completan el crisol de los hechos.
Son monólogos que se dividen en diecisiete capítulos breves con su correspondiente título. Se habla con ironía de las conductas propias y desmadradas de los adultos. Tan pronto sacan un tema culinario como uno económico. En cada intervención hay una emoción plasmada de una forma soberbia, relacionada con otros detalles de la vida. ¿Qué tienen que ver las pepitas del pomelo con el afecto hacia tu pareja?, ¿y un perro corriendo y ladrando por la carretera con el control de tu vida?, ¿y los cangrejos violinistas con la superación del pasado? Sí, tiene que ver, los personajes lo hacen posible.
Diez años después de Hablando del asunto, Julian Barnes nos puso en conocimiento sobre cómo habían transcurrido las vidas de los personajes, y salió al mercado Amor, etcétera. Continúan el triángulo amoroso y los personajes secundarios, pero el tiempo les ha hecho cambiar sus emociones, emociones agrandadas, arrastradas hacia el origen, hacia el foco de luz.
El final de esta gran historia origina debate, crisis, discrepancias con lo que creías saber o conocer de Stuart, Gillian y Oliver. Y vas y relees páginas anteriores, buscando con lupa frases esclarecedoras, dobles sentidos. Hasta que tu mente llega a los hombros y los encoges. Quizá nunca debiste entrar en su mundo. Quizá el amor traiga peores consecuencias de las que parece disponer.
Julian Barnes nació en 1946 en Leicester (Inglaterra). Está considerado como una de las mayores revelaciones de la narrativa inglesa de la década de los ochenta. Es autor de once novelas y otras obras literarias. A mí, desde luego, me ha convencido y no voy a dudar en elegirle en mis próximas lecturas. Por último, y no menos importante, dar las gracias a todos aquellos amigos que recomiendan buena literatura, porque sin ellos, nuestra imaginación se anclaría en el fondo del mar, como esos cangrejos violinistas que viven en la bahía. ¿No te recuerda a nada?
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