Eran las 4:30 de la mañana cuando la alarma me despertó, el sonido era muy molesto, sin embargo, mis ojos se abrieron lenta y paulatinamente. Me encontraba solo en la cama.
Me incorporé y sin prisa alguna caminé directamente a la ducha. El agua se encontraba helada, como mi temple de esa mañana.
Mientras me vestía pude escuchar el crujir y las ruedas pesadas de los convoys en la calle, las pisadas de botas militares que al unísono avanzaban. Amarré fuertemente mis botas y tomé mis celulares del tocador, coloqué el más pequeño en mi calcetín izquierdo.
Salí de mi cuarto y justo frente al cuarto de mi hijo, tratando de no hacer ruido, abrí la puerta y lo observé dormir por unos minutos, preguntándome si lo volvería a ver.
Ya en la cocina mi esposa me esperaba con una taza de café y unos emparedados. No me miraba. Al terminar, me acerqué a ella, la abracé tan fuertemente que creí que ella se quejaría, pero se quedó callada. La besé en la frente y le pregunté: “¿Dónde están mis armas?” «En el recibidor, sobre la mesa» – me dijo.
Ahí estaba mi fiel compañera, quien en mil trincheras me ha defendido, lista para una batalla más. Ya en la puerta, la dulce y apagada voz de mi esposa me preguntó si me volvería a ver. “No lo sé, hoy se publica mi nota” le dije, y sus ojos se escurrieron en sus mejillas.
Dedicado a todos los periodistas, reporteros, fotógrafos y comunicadores que perdieron su vida en aras de la libertad y la verdad.