Tres hombres, una misma etnia, un mismo idioma, una misma marginación, una misma residencia, un mismo martirio y una misma ocupación: la prostitución. El Oasis San Juan de Dios abre sus puertas a personajes cuya condición les ha cerrado prácticamente todas las demás: el SIDA. Un hombre homosexual y dos travestis son los protagonistas de un documental que expone la difícil vida de enfermos de una enfermedad crónica degenerativa y terminal y de preferencias sexuales alternativas desde procedencias indígenas mayas.
Oasis no es un retrato sentimentalista ni mucho menos pretende serlo. Es crudo, sí, pero evidencia que incluso en el más profundo de los hoyos siempre llega un rayo de luz. Si alguna injusticia social reclama es que en México y en Yucatán si hay algo incluso más difícil que vivir como sidoso, es ser homosexual.
Tras un proceso de documentación de aproximadamente tres años, Alejandro Cárdenas logra penetrar en el seno de una condición que más una enfermedad terminal crónica degenerativa es un agravante social cuyo estilo de ejecución se remonta a la era del aislamiento leproso. Los medios masivos han acostumbrado a su público a ver dos tipos de sidosos en condiciones completamente opuestas: artistas caucásicos con recursos económicos que mal que bien solventan las necesidades periféricas del estado médico y, por otra parte, a los negros africanos viviendo en condiciones de extrema miseria. Oasis relata la cosmovisión de integrantes de comunidades mayas, todos en mezcolanza con un escape a las grandes ciudades. El resultado es una clase media baja de indígenas del siglo XXI, ajenos a la imagen anacrónica con la que tradicionalmente se les representa.
Oasis busca describir el panorama contextual que a pesar de responder muchísimas preguntas, se ahoga con un nudo en la garganta al hacer la que nadie se atreve: ya conociendo todas las agravantes, ¿qué procede? Gerardo, Deborah y Reyna termina, cada quien a su manera, encontrando algo a qué aferrarse, ya sea el amor, el trabajo o a lo que les quede de vida.