«En Macondo está lloviendo”, leí mientras sentía que ya me faltabas.
Sinceramente, nunca he sentido la pérdida de un ser querido, alguien de mi sangre, con quien conviví y pude haber pasado un poco o gran parte de mi tiempo. Pero si así se siente perder a alguien, sin ser cercano y saber que su existencia física ya no estará…no quiero sentirlo ya nunca. Mis papás se asustaron de mi reacción, mi familia no podía entender por qué estaba llorando a un hombre que en mi vida había conocido, tocado o hablado con él. Ya lo dijo Benedetti: “Que alguien te haga sentir cosas sin ponerte un dedo encima, eso es admirable.” Puede que esta frase se use más para otro tipo de ocasiones, pero los escritores hacen eso: hacerte sentir con sus palabras, darte su esencia y sus enseñanzas. Eso era Gabriel García Márquez para mí: era un maestro, un pariente a quien escuché atentamente y un amigo que siempre me daba la mano en momentos de ira o tristeza. Un compañero que me hizo creer que hay magia en todos nosotros, que solamente hay que aprender a mostrar y que un discurso puede llegar a ser algo terrorífico y lleno de promesas.
Hablar de su vida estaría de más porque mis palabras serían vanas para hablar ésta, de él en sí. Ya estoy tomando un riesgo muy grande escribiendo esto.
Siempre le decía a mi mamá que iba a pasar por su casa para dejarle al menos en el portón una rosa amarilla o verlo aunque sea saliendo de ella, practicaba lo que le diría si algún día me lo encontraba y planeaba detalladamente mi huida. Nunca había planeando algo tan bien en mis 19 años de vida, hasta me sorprendía en las noches pensando: «¿Será me lo encuentre?», «¿qué haré?», «¿qué diré». Supongo ahora esas preguntas podré seguirlas haciendo, pero sin esperar respuesta.
Espero que la gente pueda comprender mejor que los escritores se vuelven parte de uno. Quizás hasta ellos no lo saben, pero…con esa frase que el lector subraya con marcador o con lápiz, esa frase que no quiere olvidar, se sintió una mano amiga, palabras que sólo el escritor sabe ordenar para que se vuelvan algo maravilloso.
Bien decía Gabriel: “La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido” y ésa es la verdad. Siempre en nuestra mente serás eterno, porque nunca te olvidaremos. Tu forma de pensar y de ser siempre fueron de admirar. Tu mirada sensata y llena de comprensión nos faltará, pero ahora estás en un mejor lugar, lleno de mariposas y campos de rosas amarillas como tu alma: feliz y llena de vida. Donde estás ya te habrás reencontrado con Kapu?ci?ski o habrás recibido un abrazo de Cortázar y hasta Hemingway ya ha de haberte ofrecido un puro y su «daiquirí especial» para tener buena plática. No lo sé, tengo la confianza en que sí.
Gracias, Gabriel, por tanto, por darnos un tus memorias en cada uno de tus libros y esa magia color amarilla tuya que nos faltaba a esta gris realidad.