En el marco de la materia ‘Innovación y estructura periodística’, alumnos del séptimo semestre de la Licenciatura en Comunicación de la Anáhuac Mayab, llevaron a cabo un ejercicio de crónica que se presenta a continuación. Así, a través de este texto, Rodrigo Buenfil realiza comentarios en torno a las clásicas tienditas de la ciudad de Mérida, en comparación con los Oxxos dispuestos alrededor de toda la urbe.
Eran las nueve de la mañana cuando unas mujeres robustas, sentadas en círculo, discutían intensamente sobre una relación amorosa: “¡Ella no se va a quedar con el!” le gritaba una de las señoras a otra que formaba parte de la discusión. Hablaban de la novela de moda, como si se tratase de familiares. Después, una de las señoras se volteó y me preguntó: “¿Qué va a llevar joven?” con su marcado acento yucateco.
Me encontraba yo en el “Santo”, la tiendita de la esquina. Así, mientras escogía mi compra, escuchaba al fondo al hijo de la señora jugar un videojuego. Al voltear a ver, me percaté que se trataba de una consola de muchas generaciones atrás conectada a un televisor muy antiguo y deteriorado. El niño estaba feliz, moviéndose de lado a lado como si fuera parte de ese videojuego. La realidad es que este lugar era una casa en la que vivía una familia y en cuyo interior se realizaba la venta de abarrotes, la cual llevaba el nombre de ese pequeño que jugaba su Playstation 1.
La señora me atendió y me cobró mi coca-cola y unos ‘pingüinos’. Al despedirme, me dijo de forma amigable: “¿es hora de la botana, chavo?” a lo que respondí que sí, sonriendo. Esta tienda se encuentra a una esquina de mi casa. Sin embargo, a poca distancia del rumbo, existe un contraste de realidades. Por un lado, la colonia Campestre está rodeado de casas enormes con una arquitectura sofisticada y a tan solo una cuadra se pueden ver casas con bardas antiguas, hechas de piedras, con techo de lámina y una fachada anticuada. Tan cerca, pero a la vez tan lejos de la modernidad.
Después de mi compra me fui al trabajo. En el camino, en contraste con la cantidad de tienditas que aún existen en Mérida, conté cuántos Oxxo había. Fueron cuatro en total y eso que gran parte de mi recorrido fue en carretera.
Horas después, a eso de las 7 de la noche, al salir de mis labores, me detuve en una gasolinera a cargar gasolina, sin embargo, necesitaba hacer un depósito de dinero y me fue muy práctico acudir precisamente a un Oxxo. Al entrar, me recibieron con el protocolo establecido: “Buenas tardes” dijo el encargado uniformado de esta franquicia con los colores amarillo y rojo. “Buen día”, contesté. Fui directo a la caja y le comenté que necesitaba hacer un depósito. Antes de realizar la operación, me informó que la comisión por dicho servicio era de siete pesos. De esta forma, un lugar que vende cerveza, botanas y refrescos se había convertido ahora en un establecimiento en el que podía hacer depósitos bancarios.
Asimismo, el empleado, antes de realizar la operación, me ofreció la oferta de dos papitas por $15 pesos. Era una tienda pulcra, inmaculada y con un protocolo excelso, sin niño jugando videojuegos ni mucho menos a señoras reunidas para discutir la novela. Solamente jóvenes uniformados, cumpliendo su rol en una franquicia de la cual no eran dueños, de los cuales, me atrevo a decir, ni siquiera conocen sus nombres.
Una hora después, nuevamente con hambre, acudí a don José, en mi tradicional tiendita de la esquina, para hacer compras nocturnas. Don José ya me había contado de su tienda: lleva cinco años en la colonia, aunque empezó siendo una verdulería, pero la esposa de don José comenzó a meter otros productos y así ha crecido. “Mi esposa le metió todas las cosas, ahorita ya vendemos de todo”.
Asimismo, don José me comentó que planeaban que el espacio de la tienda fuera un porche originalmente, pero la tienda fue creciendo y decidieron dejarlo como una tienda de abarrotes: “La gente me fue pidiendo más cosas y las fuimos poniendo dependiendo de lo que pedían”, comentó. “Viene gente y me dice que le venda sus productos y pues les digo que sí, todos yucatecos ellos. Yo al principio sólo fruta y verdura vendía”.
Don José es un señor que normalmente platica, sin tener que preguntarle. Es amigable y de aspecto bonachón. Ciertamente su tienda no se rige por un código específico, sencillamente apoya a los proveedores locales. Si quieres vender tu producto, hablas con don José y punto.
Mientras platico con don José, una señora entra a pedir chocolate caliente porque «había mucho frío». Ciertamente, estábamos a 20 grados, pero eso en Mérida se considera una temperatura debajo de lo normal. La señora trataba a José como un amigo, platicaron un poco y se retiró: “Ni sabes todo lo que me cuentan” expresó don José. “Enredos que ni quiero meterme, yo sólo les digo que no es mi problema”. De esta forma, además de tiendero, José es confidente de algunos de los miembros de la colonia, revelándome incluso situaciones impropias que no traeré a colación en este espacio. Y así se fue el tiempo.
Así, si se analizan las reformas, si se toman en cuenta la cantidad de Oxxos que existen en la ciudad de Mérida, no es difícil deducir que, en los años venideros, el pequeño Santo probablemente ya no podrá seguir jugando sus videojuegos pasados de moda. Sí, las nuevas reformas de incorporación fiscal amenazan a este tipo de establecimientos. Ojalá y no, pero quién me dice que una noche, con la urgencia de depositar, un hombre vestido de amarillo y rojo, que siempre le habla a sus compañeros de cómo una vez trabajó en su propio negocio, me saluda amable y me dice: ¿Te acuerdas de mí? Soy don José, el de la tiendita.
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