Tal y como dice la canción navideña, Santa Claus is coming to town. Podemos casi oler el espíritu de esta temporada: olvidar los gasolinazos, impuestos, el pago de colegiatura, la crisis del país, comprando lo que no necesitamos, gastando lo que no tenemos, comiendo hasta lo que sobra y llenándonos de cosas materiales que nos llevarán a lo que nosotros interpretamos como felicidad.
Existen muchos factores que nos encaminan a estas actividades. Uno de los más importante es la publicidad. Esta temporada, y en especial la Navidad, se ha vuelto un pretexto para bombardear a la sociedad de publicidad, con empresas que dibujan un ambiente o un falso espíritu navideño en nuestras mentes e intentando convencernos de que sus productos son lo ideal para vivir al máximo estas festividades. En consecuencia, creemos que regalar algo material (mejor si es más caro) haremos feliz a nuestro prójimo, y lo peor es que muchas veces sí lo hace, momentáneamente, pero lo hace.
Este comportamiento se adquiere desde pequeños. Los padres que son consumistas son así porque sus padres lo fueron y ellos son así porque sus abuelos lo fueron también. Es una tradición errónea que seguirá transmitiéndose de generación en generación de manera inevitable, agregándole la publicidad de por medio que no nos deja pensar en nada diferente, reforzando cada vez más dichos comportamientos.
Ciertamente, no creo que esté del todo mal comprar algo después de trabajar duro todo el semestre o adquirir regalos para las personas que aprecias, hacer reuniones familiares y de amigos, comer, descansar o todo lo que quieras, pero a todo eso hay que darle una medida.Si no cuentas con el dinero suficiente, no gastes lo que no tienes. Si no lo necesitas, no lo compres. Si ya estás lleno, no lo comas.
Se puede dar felicidad de otras maneras: sonreírle a alguien que lo necesite, abrazar a tus hijos, amigos, padres, familiares, pasar tiempo con tu familia, convivir con tus amigos, reír hasta llorar, cantar, besar, amar, pero sobre todo, pensar en los demás antes de pensar tu propio beneficio.
No hay que olvidarnos de las cosas que en realidad valen la pena, y aunque suene muy trillado, siempre hay que dar gracias por lo que tenemos porque, si creemos en una persona que nos trae regalos en Navidad, ¿por qué no creer en una persona que regaló su vida por amor?