“Cuando se mencionó en casa sobre el talento de su hija para las matemáticas, su padre, a quien le horrorizaban las mujeres sabias, decidió interrumpir las clases de matemáticas de su hija”: así era la sociedad en la que Sofía vivía. Una Rusia donde las mujeres no podían estudiar, el desarrollo económico era limitado, y la cultura y ciencia estaban reprimidas por la Iglesia y el gobierno del zar.
Nació el 15 de enero de 1850 en una familia rica, pero no precisamente eso fue lo que le ayudó a convertirse en la mujer extraordinaria que fue. Pronto en su juventud se unió al movimiento nihilista: un grupo de revolucionarios que buscaban cambiar la sociedad rusa del momento. Querían igualdad de sexos, querían dejar de ser oprimidos por los clérigos, defendían el amor libre y reprochaban a los matrimonios arreglados o forzados y al tradicional orden social. Creían en el progreso de Rusia y en el desarrollo de las artes y la educación.
Ante el impedimento de entrar a la Universidad, Sofía se casó con Vladimir Kovalevsky, pues las mujeres no podían hacer nada sin el permiso de los padres o esposos. Vladimir era otro joven nihilista que ayudó a que Sofía se desprendiera de su familia y pudiera estudiar, trabajar, viajar.
Ingresó a la Universidad de Heidelberg en Alemania como oyente y un profesor, Weierstrass, le dio clases particulares. Su esposo trabajaba con Charles Darwin y conocían a grandes personajes de la época como George Elliot (seudónimos de la escritora Mary Anne Evans) y Thomas Huxley (biólogo).
En 1874 se convirtió en la primera mujer con el título de doctora con la presentación de una de sus tres tesis: Sobre la teoría de ecuaciones en derivadas parciales.
Regresaron a Rusia con la intención de dar clases en una universidad pero el Ministro de Educación no lo permitió. Entonces Sofía regresó a Alemania y luego a Francia, donde entró a la Sociedad Matemática.
En 1883 Vladimir falleció y ella comenzó a dar clases en la Universidad de Estocolmo –primera mujer profesora en el norte de Europa-. Era muy conocida y la prensa la llamaba “la princesa de la ciencia”. Años después conoció a Máxime Kovalevski y por un tiempo mantuvieron una relación amorosa, mientras ella trabaja en otros proyectos matemáticos que le permitieron recibir premios en varias ocasiones.
Durante un viaje en 1891 contrajo una gripa que la dejó muy debilitada y falleció en febrero. Su muerte emocionó a miles de científicos, intelectuales y artistas de Europa.
La prensa se dedicó a enaltecer a Sofía Kovalevskaya, la mujer que luchó por su educación y por demostrar que nosotras, mujeres, somos capaces de ciencia y más, en una época donde la sociedad gritaba lo contrario.
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