Hace unos días, vi a un perro cruzar la carretera y no pude evitar sentir pena porque seguro no tardaría en morir.
Mientras pensaba en esto, observé a un grupo de personas que intentaban hacer lo mismo que el perro y ahora no sentí pena, sino frustración.
Al principio, me preocupé un poco: ¿Acaso era yo una de esas personas que le da más importancia a la vida de un animal que a la de una persona?
Concluí que no es que le diera más importancia, sino que al saber que los animales no tienen la capacidad de razonar, estoy consciente de que son más vulnerables que los humanos.
Hace meses, un hecho, ocurrido en Cincinnati, se hizo viral: el caso del gorila Harambe, el cual fue muerto a tiros luego de que un niño accediera a la fosa donde el animal se encontraba accidentalmente.
Esto causó una gran polémica: ¿quién tuvo la culpa? ¿Se debió matar o no al gorila? Y la más controversial de todas las preguntas: ¿Qué vida importaba más?
Debo admitir que estuve en los dos lados hasta ver que la culpa era de la especie humana y de su absurda necesidad de tener posesión de la vida y la libertad de otros.
No quiero hablar de los derechos de los animales, pues creo que no estamos preparados, como sociedad ni como especie, para un avance de tal magnitud, pero algo que sí considero factible y necesario es cambiar nuestro pensamiento. Basta de creer que los humanos pueden someter a la naturaleza a su antojo.
¿Podremos cambiar nuestra forma de ver estos asuntos, los cuales solemos pasar por alto? ¿Cuándo vamos a entender que no somos la única especie en este planeta y que tenemos que crear empatía con las demás especies?
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