Una nueva tendencia en el cine de superhéroes se ha cementado. En vez de hacer secuelas, y remakes y reboots y precuelas y más secuelas, los grandes estudios de Hollywood han empazado a hacer películas que, en vez de cargarse del éxito de una franquicia pre-existente, se apoyan en pertenecer a un universo compartidos. Sí, en los próximos tres años tendremos ‘Thor 3’, el inicio de otra franquicia de ‘Spider-Man’ (¿la tercera es la vencida?) y otra película de los ‘Vengadores’; pero también tendremos a personajes novedosos y frescos (para las audiencias cinematográficas, por lo menos) protagonizando sus propias películas: ‘Aquaman’, ‘Captain Marvel’ y ‘Black Panther’, entre otros.
Todavía hay muchas secuelas (y secuelas, y secuelas…), y las historias contadas siguen siendo muy similares en forma y fondo (‘Ant-Man’ bien podría haber sido un remake de la primera entrega de ‘Iron Man’). Pero hay una proporción significativa de contenido relativamente nuevo en la pantalla: eso es bueno, e instrumental para prevenir que las audiencias se saturen. Mismas historias, pero con diversos héroes.
Esta ola empezó, probablemente, con ‘Guardians of the Galaxy’ hace dos años: es muy difícil imaginarse que esa película podría haber alcanzado el éxito que tuvo sin apoyarse en el Universo Cinematográfico Marvel. El año pasado le tocó lo mismo a ‘Ant-Man’, y este otoño le pasaron la batuta a ‘Doctor Strange’, protagonizada por Benedict Cumberbatch, y… funcionó. Pero a costas del potencial de la película.
El personaje de ‘Strange’ se presta muy fácilmente a innovación narrativa y audiovisual. Es un protagonista fascinante: se mantiene por encima del drama personal de los demás superhéroes, y su heroísmo conlleva cierto grado de responsabilidad y solemnidad que otros no tienen. No es cualquier tonto que se ganó la lotería genética y/o radioactiva y aprovecha para andar por la calle en disfráz de insecto: es alguien que ha dedicado años al estudio y la práctica de las artes místicas para defender el multiverso de amenazas cósmicas. Es un personaje fuera de lo convencional.
Y Marvel Studios decide reducirlo a una historia de origen, apegada a más no poder al convencional viaje del héroe. La historia funciona, como ha funcionado miles de veces antes. Pero ‘Strange’ en particular puede contar cosas mucho más interesantes, y se nota en la película ese latente e inexplorado potencial.
Spoilers a partir de este párrafo, por cierto. Si no ha visto la película, siga leyendo bajo su propio riesgo. ¿Va?
El guion de ‘Doctor Strange’ pasa de manera metódica por los pasos del héroe genérico. Es cansado, como si los productores tuviesen una checklist de todo lo que deberían tener para hacer de su historia lo más convencional posible. «¿Ya tenemos al abrasivo compañero y al sabio maestro, no? ¿Ese lo vamos a matar al principio del tercer acto, no? ¿El malo va a tener un malo más malo para quien trabaje?»
No critico al viaje del héroe. Es un modelo narrativo universal, primigenio y siempre vigente en la ficción. Pero ‘Doctor Strange’ no se toma la molestia de aprovechar lo que puede hacer con él, y ni se le pasa por la cabeza la posibilidad de sorprender con algo diferente.
Me han argumentado, al decir eso, que la película es deliberadamente convencional en la narrativa para que las audiencias sean más receptivas a ella. Los extravagantes efectos visuales y la magia, nueva para el universo Marvel en la mística manera en la que el buen ‘Doc’ la usa, pueden resultar alienantes, y en ese caso una historia genérica mantiene las cosas en tierra firme.
Pero, aparte de los (increíbles, debo admitir) efectos especiales, lo visual de la película también es una oportunidad desaprovechada. Tan sólo una vez en toda la película se juega con la cámara para contar de manera creativa la historia. No se retan las costumbres visuales del medio aún cuando, en esta película en particular, resultarían apropiados y efectivos.
Nuestros ojos esperan cierta lógica o continuidad visual en el movimiento: cuando un sujeto se mueve de la derecha a la izquierda de la pantalla, esperamos que se mantenga en esa dirección. Cuando no lo hace, sorprende al espectador: se ve tosco si es accidental, pero puede ser aprovechado para mejor contar una historia. Stanley Kubrick, por ejemplo, lo hizo muy bien en ‘Full Metal Jacket’: en la escena final retrató el movimiento de sus actores — soldados marchando — desde diferentes ángulos; la falta de continuidad visual hace que parezca que se están moviendo arbitrariamente, sin clara dirección u objetivo — exactamente lo que Kubrick criticaba de la guerra de Vietnam.
Y en efecto hay una escena de ‘Doctor Strange’ que hace lo mismo: justo antes de que al protagonista se le sea revelado el mundo que se está perdiendo por tener cerrado su tercer ojo, los ejes giran. La cámara da media vuelta y los personajes cambian de lado. El shock resultante confunde a la audiencia, y la pone en el estado perfecto para ser impactada por el estrafalario desfile visual que sigue inmediatamente (saben exactamente de que escena estoy hablando). Pero sólo es una vez, en una escena. Toda la película se prestaba a hacer cosas similares, y lo desaprovecharon.
Strange fue, a fin de cuentas, una muy divertida, muy emocionante y muy bien pulida convencional película de superhéroes. Que lástima que se queda ahí, pudo haber sido mucho más.