Es parte del conocimiento popular que la mexicana es una sociedad por generalidades machista; sin embargo, aunque éste, en su totalidad, es un problema que aqueja nuestra sociedad desde sus inicios, es una de sus ramificaciones actuales la que nos debería llamar la atención como miembros de un estrato socioeconómico privilegiado: el micromachismo. Este concepto se define como la manifestación de una opresión en alguna de sus formas al género femenino, de manera tan sutil que es prácticamente imperceptible.
Ahí reside el problema, en que son pequeñas acciones tan cotidianas que las pasamos por alto, las normalizamos y les restamos la atención que merecen como parte de una cultura que acepta la violencia de género.
Si nos detuviéramos a analizar todas las derivaciones de esta epidemia que daña el tejido social desde lo más profundo, un sólo artículo no se acercaría a ser suficiente para explicarlo y denunciarlo como se debería. Puesto que la violencia de género no solamente abarca la desigualdad en favor de los hombres a los ojos de los prejuicios, sino que los estatutos de comportamiento esperado también exigen de este sexo, limitaciones no solamente injustas, sino ridículas como la de que la fuerza de un hombre se mide en su capacidad de esconder su emociones, esas que lo hacen humano.
Sin embargo, en esta ocasión, se trata de un problema que es peligroso por la manera en la que se disfraza bajo el comportamiento «normal» del que se ahondará a continuación.
El micromachismo se presenta en nuestra perspectiva de los roles de género; lo mayormente preocupante es la aceptación que tiene, incluso entre las mismas mujeres. Y no por querer negarlo, sino porque muchas veces nose percibe.
Pero esta curiosa palabra da nombre a eso que sucede cada vez a una mujer le chiflan al pasar por la calle y la reacción es de «sólo no les hagas caso», o el comentario de un amigo como «¿qué no debería ser un halago?». La respuesta es no, no debería. La objetivación del cuerpo de cualquiera, es de ninguna forma un halago. ¿O acaso lo es la manera en la que la publicidad utiliza mujeres semidesnudas y con cuerpos cuidadosamente seleccionados y retocados para captar la mirada del público heterosexual masculino? O por ejemplo, la manera en que para un hombre es motivo de celebración huir del compromiso y una mujer que no tiene como centro de su plan de vida tener marido e hijos, no está pensando claramente; o no todas hemos tenido a esa tía que no pierde la oportunidad de preguntar «¿y tú para cuando?».
Y no es satanizar ideologías que han sobrevivido a lo largo de generaciones y del «progreso» social; es el intentar hacer un llamado de atención hacia todos esos «¿qué tiene?», que hacían de menos todas esas incomodidades.
Cuando entre bromas creyeron incapaz a esa chica por el hecho de ser «ella», o cuando los hombres de los que intentó ser líder, no la tomaron en serio. O por cada vez que un enojo era explicado con un «está en sus días» o el no querer una relación formal fue motivo de ser llamada de mil formas despectivas. Por esa frase de las mamás: «Es que los chicos ahora quieren a la que se deje pero espérate a que quieran algo en serio, pues no van a voltear a ver a las que ya estuvieron con todos.» Y no creo que ninguna de nuestras madres haya querido cerrarnos puertas, o hacernos de menos, pero ellas ya luchaban por no tener que dejar de comer y pararse de la mesa cada vez que al marido se le antojara que le pasaran algo que tuviera justo a lado.
En ejemplos se podría pasar el día entero pero el punto es el mismo. Está en nosotras las mujeres y sí, en los hombres también, no hacer de menos estos detalles, exigir igualdad para ambos, ver a una persona por lo que tiene entre las orejas, no entre las piernas. Respetar, no porque podría ser tu hermana, tu madre o tu hija, sino porque todos somos un mismo algo: humanos.