Santa Claus es una persona que, año tras año, brinda espíritu navideño tanto a chicos como grandes. Es una persona que vive en el Polo Norte junto a su esposa -la señora Claus- y que tiene a pequeños duendes ayudándole a producir o conseguir regalos que llevará a los niños la noche antes de Navidad.
Sin embargo, Santa Claus no existe para siempre. ¿O sí?
Recuerdo que cuando era pequeña, año tras año me emocionaba una vez empezado el mes de diciembre. Compraríamos el árbol de Navidad, decoraríamos la casa, vería a la familia que vivía en otro lado, comería enormes cantidades de dulces, pero lo más importante era que sabía que Santa Claus vendría a dejarme un regalo debajo del árbol por haberme portado bien durante el año.
A pesar de que Santa Claus siempre me dejaba más de dos regalos tanto en mi hogar como en las casas de mis abuelitas, en un momento comprendí que dejaría de hacerlo. ¿Era acaso porque había comenzado a portarme mal? ¿No obedecía a mis papás? ¿No hacía las tareas de la escuela? La respuesta es no. Yo aún me portaba bien y hacía lo que debía hacer.
Tenía siete años cuando de camino a casa, al salir del colegio, mi madre me dijo que Santa Claus, aquella persona que moría por sorprender dejándome mis regalos y que esperaba con ansias ver en su trineo guiado por renos, no existía. Sin embargo, el comprender que el señor Claus nunca dejó personalmente un regalo para mí, no me detuvo a dejar de creer.
Charles Smith, experto en el desarrollo infantil de la Universidad de Kansas, expresa que Santa Claus no existe, sin embargo, lo que representa es verdadero. Por su parte, Carole Slotterback, autora del libro “La psicología de Santa”, menciona que todo se trata de un ritual divertido que tanto a hijos como a padres les cuesta dejar ir.
Creo que es por lo anterior que, a pesar de que sabía que mis padres eran quienes compraban los regalos y los colocaban debajo del árbol cuando yo estaba dormida, seguí escribiendo cartas dirigidas a Santa Claus, seguí esperando poder sorprenderlo o más bien a mis padres.
Seguí conservando el entusiasmo y la emoción que siempre tuve al abrir los regalos. Seguí sonriendo al ver a Santa Claus en las calles en épocas decembrinas. No quise perder la diversión.
Por otra parte, investigadores han dicho que creer en Santa Claus no es malo, pero recomiendan hablar siempre con la verdad y no abusar de la imaginación de los pequeños.
Pienso que depende de los padres decidir si hacer creer o no a sus hijos en Santa Claus, así como también depende de los niños decidir si seguir creyendo (a su manera) o no en él.
Depende de cada quién seguir con la creencia, con la tradición, con la diversión, con la emoción. Depende de cada quién seguir con el espíritu de dar y recibir para hacer felices a otros, y para serlo también.