Excitante, extravagante y emocionante, así era como los hombres la describían. Nunca se supo su nombre real, sin embargo, tanto en el pueblo como en el resto de los lugares que visitó, fue conocida como La Cascabel.
La Cascabel llegó a la puerta del bar “Topochicho” a sus 16 años, sin un pasado que recordar. La dueña la acogió y le dio trabajo. Lavando los trastes y limpiando los pisos, fue que, ella se ganó la confianza de la dueña. Desde siempre se le vio el interés en el baile, y se fue pegando a las bailarinas para ir perfeccionando sus pasos.
La Cascabel creció dotada de belleza, un cuerpo delgado, con caderas anchas y voluminosas, unas piernas tonificadas y acompañada por su exquisita piel morena comenzaba a imponer presencia en el pueblo. Aprovechando sus caderas atribuidas, perfeccionó su movimiento y poco a poco se fue ganando el rol de bailarina principal.
De un momento a otro, la Cascabel se fue ganando la popularidad del lugar, el bar se llenaba de hombres que solo venían para ver aquellas caderas que se sacudían y provocaban, los hombres de otros poblados venían para conocer y verificar la existencia de esas caderas que generaba tantas fantasías: no existió hombre alguno que no haya ido a verlas.
La Cascabel se dio cuenta de lo que provocaba en los hombres cada que ella meneaba sus caderas y no dudó en sacar provecho de eso. Usando cada vez vestuarios más provocativos, despertaba los deseos más obscenos entre los hombres. Como bestias, ellos se abalanzaron contra el escenario llenos de lujuria, tirando billetes, deseosos de que ella los dejase, por lo menos, tocar esas caderas forjadas por el diablo.
Pronto, el bar ya no dio abasto a la cantidad de hombres que llegaban de todos lados, la Cascabel empezó a recibir bolsas llenas de dinero de hombres que trataban de comprar un rato con ella. Las mujeres del pueblo se tuvieron que ir y las que se quedaban luchaban contra su cuerpo, pues sus cuerpos robustos ya no eran del interés de los hombres de aquel lugar.
Mientras la Cascabel y el Topochico se llenaban de dinero, los matrimonios se quebraban, las familias se quedaban sin casa, el pueblo se estancó en su desarrollo, pues dinero que ganaban, los hombres lo gastaban en el Topochico, hipnotizados por el movimiento de las caderas de aquella bella mujer.
La Cascabel emprendió giras por todos lados, exprimió hasta el último quinto a los hombres más ricos de cada lugar que visitó, sus caderas malditas nunca dejaron de sacudirse y cada vez se volvían más provocativas.
Los años pasaron y los tiempos cambiaron, al pueblo llegó un hombre muy poderoso, que le ofreció trabajo a los hombres, matar a cambio de riquezas y mujeres. Lo llamaban El Águila, un hombre enorme, fornido e imponente, padrino del diablo, posiblemente.
Hizo llamar a la Cascabel, tenía curiosidad de conocer a aquella mujer de la que todos hablaban. Ella se presentó y no desperdició su tiempo, comenzó a menear sus caderas tratando de hipnotizar a aquel hombre que no perdía la compostura por más provocativos que fuesen sus movimientos.
Víbora maldita, creyéndose la reina de todo, envenenando a los hombres, paralizando pueblos enteros, ahora intentaba devorar al que por naturaleza era su depredador.
Caro le salió a la Cascabel semejante burla, tratar de mangonear al Águila como si de un hombre cualquiera se tratase, nunca volvió a ver la luna que alguna vez la acompañó en su camino a ese inhóspito pueblo. Sin embargo, sus caderas, separadas de aquel cuerpo que tanto las había explotado, descansaban finalmente sobre el portal del Topochico, poniendo fin a la extravagante carrera de aquella, a quien alguna vez llamaron, La Cascabel.
Columna desarrollada por estudiantes de la Escuela de Comunicación y Empresas de Entretenimiento de la Universidad Anáhuac Mayab en el marco de la asignatura «Narrativa Literaria».