Extrañar casa cuando se cruza el charco

Extrañar casa cuando se cruza el charco

Extrañar no es solo nostalgia, también es aprender a valorar lo cotidiano que antes parecía invisible.

Han pasado solo veinte días desde que aterricé en Mérida, Yucatán, y ya puedo confirmar el dicho de que vas a extrañar hasta lo que nunca pensaste que extrañarías. Mítica frase que siempre escuchabas pero nunca creías y que al final se acaba convirtiendo en una realidad.

Echo de menos a mi familia, a mis amigos, los abrazos de mi abuela, los besos de mis padres, las sobre mesas de los domingos, etc. Pero lo que también echo de menos es lo pequeño, las cosas insignificantes y aquellas que en la rutina pasaban desapercibidas.

El olor de mi casa, los sonidos de mi calle, el acento que dejé de escuchar. Y cómo no, la comida. Esos platos que muchos días no me apetecían y que hoy moriría por comerlos de nuevo. El sabor de la tortilla de patatas, la textura del salmorejo y hasta el olor del marisco recién pescado del mar.

Pero al mismo tiempo, vivir aquí me está enseñando lo valioso de lo cotidiano. En cada esquina de México encuentro algo nuevo por descubrir: lugares que nunca creía que visitaría, sabores nuevos (y picantes), y gente increíble por conocer. Todo esto es un recordatorio constante de que lo que damos por hecho y lo que parece mínimo, puede ser lo más grande cuando ya no lo tenemos.

Quizás de eso se trata viajar y vivir fuera: de aprender a mirar con otros ojos lo que dejamos atrás y lo que descubrimos delante. Y entre esto, seguir construyendo nuevos recuerdos. Eso sí, entre toda esta reflexión profunda, confieso que sigo soñando con una tortilla de patatas decente. Si alguien sabe dónde conseguir una buena en Mérida… que me pase la dirección, por favor.

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