Expresó el magistrado Salvador Nava: “México tuvo una elección que no debe invalidarse, pues tras el estudio de todas y cada una de las pruebas, confirma que los principios constitucionales fueron observados, tuvimos elecciones libres y auténticas, tenemos autoridades robustas y confiables, (…) México tiene a un presidente electo por el pueblo, el ciudadano Enrique Peña Nieto”.
Como ciudadanos informados, seguramente han escuchado por ahí que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) ha decidido, por unanimidad, que no se anularán las elecciones del pasado primero de julio. La anterior cita es una muestra de cómo alegan que no existe evidencia suficiente que demuestre que el PRI violó la ley, posicionado de manera ilícita a su candidato Enrique Peña como futuro presidente de México. Entonces, por ende niegan rotundamente que las decenas de miles de pruebas recolectadas antes, durante y después de las elecciones sean verdaderas. Ojalá fuera la trama de una película de terror.
Bueno, tal vez he de disculparme. Si un magistrado del TEPJF me dice que las horas de grabaciones de compra de voto, los documentos vinculando a Monex y Televisa con compra de votos y manipulación mediática respectivamente, los incontables monederos de Soriana apoyándose en el testimonio de la gente, los testigos, los manifestantes, el pueblo, el corazón de México; si el señor Nava me dice que todo lo mencionado es incorrecto, infundado o simplemente no existe, debe tener razón. Digo, no es como si los políticos tuvieran intereses escondidos, ¿verdad?
Lo que es verdaderamente incorrecto, es que nos quieran ver la cara de ignorantes en pleno siglo XXI; lo infundado, sus mismos argumentos para justificar irregularidad tras irregularidad, censura tras censura, abuso tras abuso. Lo inexistente, lo que no tienen y les hace mucha falta, ya se lo imaginarán. No sólo es sorprendente, sino inaudito, que hayan ignorado por completo la cantidad abrumadora de evidencia que existe que podría incluso derrocar a un presidente común a mitad de su gobierno.
Sin embargo, EPN está lejos de ser común. Es nada más ni nada menos que el candidato del PRI, un partido que gobernó con puño de hierro el país por más de siete décadas. Es, en esencia, el ahijado de un gigante implacable que está acostumbrado a pisar cualquier oposición sin mayor alboroto. ¿Necesito recordarles la masacre de Tlatelolco? Un incidente ocurrido durante la administración del PRI. ¿Y Atenco? Ocurrió durante la administración de EPN. Dos males no hacen un bien, y si a esta ecuación le agregamos dinosaurios con máscaras de niños inocentes, un poder mediático virtualmente ilimitado, nexos con redes criminales y la obvia ineptitud del candidato mismo, tenemos como resultado una combinación que francamente debería ser nuestra principal motivación a evitar que este maquiavélico circo ascienda al poder.
«El cambio se encuentra dentro de uno mismo», lanzan al aire los simpatizantes del PRI casi como excusa válida, presumiendo sus dotes con la ironía. Efectivamente, el verdadero cambio comienza en uno mismo. Pero no termina ahí. Es cómo se proyecta este cambio, cómo se traduce a una escala social, y las aplicaciones que le demos a éste lo que hace una diferencia legítima. Después de todo, cada uno de nosotros representa una partícula importante de la patria. No los gobernantes, sino el pueblo. Ellos están ahí para servir lo mejor que puedan, y nosotros aquí para exigir de la forma más responsable posible. Los ciudadanos somos la voz del país, y si nosotros no denunciamos estos abusos, ¿quién lo hará?