Le condujo a través de varios pasadizos angostos; y, según pasaban, la luz de la lámpara no mostraba más que objetos asquerosos: cráneos, huesos, tumbas e imágenes cuyos ojos parecían contemplarles con horror y sorpresa (…). Húmedos vapores dejaron helado el corazón del monje, mientras escuchaba con tristeza el aullido del viento en las criptas solitarias. (pág. 378).
Cadáveres enmohecidos, castillos fantasmales, religiosos lascivos y cruentas supersticiones. Esto es El monje: gótico dieciochesco finisecular en estado puro. Muchos ya conoceréis esta novela, que el inglés Matthew Gregory Lewis escribió con solo veinte años (aunque a raíz de esta obra se le conoció como Monk Lewis). Concretamente la escribió en 1794 (en un tiempo récord de cinco meses), pero no la publicaría hasta pasados dos años y de forma anónima. Os podéis imaginar por qué. Él era miembro del Parlamento inglés, y de haber sabido quién era el autor de semejante blasfemia, obscenidad y libertinaje, Lewis posiblemente hubiera ido a la cárcel. Y ya se sabe, donde hay inmoralidad, hay revuelo, y donde hay revuelo hay éxito, y esto mismo fue lo que le ocurrió a El monje. De hecho, tuvo un expurgo diferente cada vez que se editaba, y no se publicaría íntegramente hasta bien entrado el siglo XX. Atenta contra las supersticiones de la Iglesia, hace referencias a la Biblia, emplea palabras inmorales y el personaje del monje, Ambrosio, se vuelve loco por el sexo. Demasiada carnaza como para no hablar de ello hasta en las reuniones del gobierno británico (mmhh… reuniones literarias en el parlamento).
La historia de Ambrosio, el monje, no cubre toda la novela. Hay otra más que trata sobre el fatídico amor que vive el marqués Ramón de las Cisternas por su desdichada Inés. Ambas historias se entremezclan con los mismos elementos góticos dentro del escenario macabro; sobre todo el fracaso y la superstición serán una constante en ambos relatos.
Por otra parte, el relato del monje es contado por un narrador omnisciente que en ocasiones entra en contacto hasta con el propio lector. En cambio, la historia de Ramón e Inés la sabemos en primera persona por boca de Ramón, aunque no siempre será así. Vamos, que el narrador omnisciente aparece y desaparece a lo largo de la obra como quiere.
Son muchos los personajes que van a pasar por El monje. El principal es Ambrosio, un monje que embelesa e hipnotiza a los fieles con su voz y oratoria en el púlpito. Todo en él es misticismo y perfección hasta rozar el estatus de divinidad; sin embargo, poco a poco sabremos que en verdad es un villano convertido en clérigo nada ejemplar. Pronto rompe con el voto del celibato, lo cual desatará en él una avalancha de sexo y lascivia con las mujeres que se dejan y las que no. Esta clase de personajes fue una creación de la sátira clerical de la Baja Edad Media, que luego se iría extendiendo a la vida conventual y monástica.
Los demás personajes se pueden predecir si uno conoce este género del XVIII. Podría escribir una lista, pero los describiré escuetamente. Rosario, monje del convento de los Capuchinos, es el personaje que más evoluciona según avanza la historia; casi se podría hacer una tesis de él. Antonia es una de las mujeres que quedarán prendadas de la oratoria de Ambrosio; es bella, rostro angelical y muy devota. Inés, la amada de Ramón, pronto probará la maldad del monje. Lorenzo, el hermano de esta, se enamora locamente de Antonia. Y así podría continuar hasta formar un puzle casi perfecto del libro.
¿Lo que más me sorprendió del libro? Que la historia se ambientara en Madrid, como si en Inglaterra no hubiera monasterios y castillos encantados, vamos. Aunque lo más intrigante aún es que Lewis nunca estuvo en Madrid, ni siquiera en España. Aún así, consigue darnos a conocer una ciudad gótica, hipócrita y decadente. Y para ello se documentó leyendo a Cervantes, Lope o Calderón, y en especial el romancero. De aquí saca ese aroma español que se respira en el libro (a parte del ‘aroma’ putrefacto de grutas y criptas, claro). Utiliza referencias tales como el ajo, la tortilla, la siesta, las serenatas o los gitanos.
Los temas que usa Lewis son muchos y polémicos. Criticó a la Iglesia y a la Inquisición española. Trata el sadismo, la magia, el incesto, la figura del diablo, el tenebroso poder de las instituciones totalitarias; y todo ello en un ambiente macabro. Conventos, castillos o catacumbas se convierten en lugares idóneos donde habitan fantasmas, o lugares de encierro donde las heroínas son perseguidas y mancilladas. Vamos, que El monje no tiene desperdicio, como tampoco el autor. De hecho, Lewis estuvo una temporada en la villa de Byron llamada Diodati, en Ginebra, y participó en la célebre velada literaria el 18 de agosto de 1816, tanto que posiblemente fuera él el instigador de la famosa apuesta que dio origen a Frankenstein (Mary Shelley) y El Vampiro (Polidori).
La obra se estructura en tres volúmenes de tres, cuatro y cinco capítulos respectivamente. En cada volumen podemos encontrar leyendas fantasmales de todo tipo, poemas, historias o canciones contadas en verso. Todo el conjunto da pie para configurar un estudio en profundidad sobre los diferentes narradores, personajes, tramas y estilos de esta novela. Todo ello sin dejar a un lado la figura de Matthew Lewis, que no deja de estar llena de curiosidades; por ejemplo, en su vida luchó por los derechos de los esclavos, aunque cuando murió tenía 528.
Terminando, esta indispensable obra se la recomendaría a quien le guste la novela gótica, puesto que El monje hay que conocerlo como clásico literario que es. Aunque bien es cierto que cuando uno termina de leerla, está saturado de tanto hueso putrefacto, cripta embrujada y sentimiento exaltado (Hacía ya cinco meses que, en un exceso de pasión, se le había roto un vaso sanguíneo, y expiró al cabo de unas horas, pág. 296); de hecho, tantos fantasmas y escenarios macabros resultaron desagradables al público de la época.
Por último, dejaros el tráiler de la película que el director Dominik Moll rodó en 2011. No parece muy acorde con el libro, aunque no he visto la película y quizá me equivoque.