México, como todos los demás países, tiene una lista negra de sustancias prohibidas para la población general. Sin embargo, hay que mirar más a fondo esta lista y cuestionarnos si verdaderamente vale la pena que continúen siendo ilegales, y cuáles de las permitidas deberían, a su vez, ser eliminadas del comercio. Si bien existen decenas de drogas y cientos de efectos causados por ellas, me limitaré a hablar principalmente sobre el tabaco, el alcohol y la marihuana.
En nuestro país, la cuarta principal causa de muerte es la cirrosis (cifra: MexicoMaxico). Esto significa que más de 25,000 mexicanos mueren anualmente por una enfermedad cuya procedencia primaria es el alcoholismo. Además, el número no incluye aquellas personas que mueren por accidentes automovilísticos provocados por conducir en estado de ebriedad, ni asesinatos, ni accidentes relacionados. De esta forma, asumimos que el número real de incidentes provocados directamente por el alcohol es mucho más alto. Estamos hablando de una sustancia que no sólo deprime al consumidor, sino que lo puede tornar violento, vuelve lentos sus reflejos, desgasta el hígado y hasta deforma al feto durante el embarazo.
Viremos nuestra atención ahora hacia el tabaco. El tabaquismo es responsable de más de 50,000 muertes anuales en México, de las cuales una de cada tres es de fumadores pasivos (cifra: El Universal). Es bien sabido que los cigarros contienen cientos de toxinas dañinas para el organismo, elimina el hambre, causa dependencia al igual que el alcohol y provoca un sinfín de cambios negativos en el cuerpo, desde cánceres hasta enfisema pulmonar.
En cambio, la marihuana no sólo no causa dependencia, ni malformaciones, ni afecta en mayor grado de manera negativa al organismo. Al contrario, estimula el apetito, en vez de privarlo como el tabaco. Calma, en vez de violentar, como el alcohol. Es extremadamente efectivo como anestésico para enfermedades crónicas y fines terapéuticos, y la lista podría seguir y seguir.
Entonces, ¿por qué legalizar drogas tan peligrosas, pero penalizar a otras más benéficas? Todo comenzó con Estados Unidos a principios del siglo pasado. En esa época, se explotaban muchos beneficios del cáñamo: como productor de combustible vegetal, de textiles, de papel y demás. Entonces, las grandes corporaciones de la época, al verse amenazadas por una planta tan versátil, presionaron al gobierno para penalizarla repartiendo mentiras sobre su supuesta peligrosidad como narcótico.
Es impresionante que aún en pleno siglo XXI, cuando sabemos los beneficios reales de esta planta, no sólo como producto de consumo directo sino como posible solución a problemas ambientales (el papel derivado del cáñamo requiere siete veces menos esfuerzo de producción, y se extrae cuatro veces más papel que con un árbol), todavía no consideremos el despenalizarla en pleno.
Pongámoslo desde otra perspectiva: no sólo se evitarían arrestos innecesarios de consumidores pasivos, sino que además privaríamos al narcotráfico de una de sus principales fuentes de ingresos. Legalizar el cáñamo sería un duro golpe para la gente que quiere evitar el progreso económico y social del país y del mundo anteponiendo intereses personales y corporativos.
No es secreto que durante la historia moderna las grandes compañías han sido los verdaderos mandatarios de diversas naciones. Reparten mentiras y exaltan falacias a conveniencia, e invierten cantidades de dinero absurdas para manipular a los consumidores. Desgraciadamente, la mayoría de éstos consumidores forjan sus convicciones en base a la información repartida por estas corporaciones, y la heredan a sus hijos y a los hijos de sus hijos.
Hay una distinción importante qué hacer después de leer lo anterior: mi posición en el asunto no es de legalizar de un día para otro una planta que marcaría una revolución social en México. Avoco por un cambio paulatino, en el que se regule el consumo y producción de la planta, para que eventualmente se eliminen por completo los estigmas que le han dado a través de los años. Como dato cultural les menciono: la marihuana no ha causado nunca, en la historia de la humanidad, una sola muerte ya sea por sobredosis o cáncer. Cuando tenemos de un lado de la balanza un mínimo de 75,000 muertes anuales, y del otro lado cero, es hora de reflexionar sobre nuestras decisiones.