Minutemen

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Por: Paolo Giovanni Novaro Garduño

En una sociedad moderna, se habla constantemente de uno de los privilegios más grandes a los que se tiene acceso: la libertad de expresión. Es, meramente, el poder transmitir cualquier serie de pensamientos sin censura ni opresión, así sean críticas severas a un gobierno, religión, corriente de pensamiento o algún individuo en particular. Esa sencilla idea es lo que enriquece la cultura, ya que quienes la ejercen eliminan cualquier rastro de conformismo al expedir una postura desde plana hasta radical.

Nosotros, como seres humanos, tenemos un acervo de herramientas a nuestra disposición. Raciocinio, adaptabilidad, resistencia, etc. Sin embargo, considero una de las más importantes la comunicación. Sin ésta, el mundo como hoy lo conocemos no existiría. No habrían esfuerzos conjuntos, ni lenguas, ni hubieran existido algo tan elemental como las primeras manadas homínidas. Somos una especie que sobrevive a base de la interacción con otros, esto es innegable. Tan es así, que etiquetamos como deficientes a todas las personas que no pueden alcanzar ese nivel comunicativo que se espera en cada uno. Entonces, si es tan vital para nuestra cultura, sociedad y existencia, ¿por qué callamos las voces de los que comunican su inconformidad, de los que satirizan, los que aprueban, los que van con o en contra de alguna corriente?

Parece ser que sólo consideramos libertad de expresión a aquellas posturas con las que concordamos o al menos toleramos. Tan sólo hay que ver el caso local más constante de todos, con el interminable flujo de protestantes que desde hace meses ha manifestado su descontento de forma continua, sin respiro. Los simpatizantes de estos movimientos se horrorizan al ver cómo su lucha incansable es transmitida en pocos y pequeños medios de comunicación, al contrario de, digamos, la boda de Derbez.

Pero, ¿esta libertad de expresión se puede volver libertinaje? Como siempre he considerado, a mayor grado de expresión se adquiere un valor igualmente grande de responsabilidad. Todo aquel que expresa un mensaje debe estar preparado para enfrentar las consecuencias del mismo. Como, por ejemplo, el caso de Tolokonnikova, Alekhina y Samutsevich, integrantes del grupo Pussy Riot, que manifestaron su descontento político en una iglesia y ahora enfrentan dos años de cárcel. No obstante, se les nota tranquilas a las tres mujeres en las fotografías que les han tomado, como si no esperaran menos del sistema de justicia ruso.

Esa es precisamente la clase de actitud que es adecuada cuando tu voz te ha acarreado problemas. Las disculpas no sólo no son necesarias, sino además perjudiciales si involucraran en retractarse en algo que se dijo ejerciendo un derecho humano, utilizando medios perfectamente legales.

Otro ejemplo del impacto que puede tener la libertad de expresión es el video de casi 14 minutos que constituyen los avances de la película “La inocencia de los Musulmanes”, dirigida por Nakoula Basseley Nakoula bajo el pseudónimo de Sam Bacile. En esta película se ataca directamente a las bases ideológicas del Islam y su profeta, Muhammad, ridiculizándolo y retratándolo como un genocida mujeriego de poca inteligencia.

¿Es moralmente incorrecto que Nakuola haya filmado una película anti-Islam de dos horas? Es debatible, y cada quien está en su libertad de opinión. En lo personal, si bien no comparto los puntos de vista que se exponen en la película, no pienso que sea motivo de censura. Además, las protestas que se han dado en los países musulmanes a los que nosotros les hemos encontrado motivo (el video), en realidad fueron planeadas con mucha mayor anticipación a la fecha de subida del éste a Youtube (fuente: USAToday).  Todas han tenido un motivo en común: la liberación de uno de los autores intelectuales de los ataques del 11 de Septiembre. Simplemente el hecho de que tantas personas hayan salido a protestar (¡ejerciendo su libertad de expresión!) en el aniversario de este evento indica que el motivo de la movilización de esta gente va más allá de un video.

Aunque las protestas de los musulmanes cruzaron la línea. Ejercieron su libertad de expresión a un grado en el que ya no era permisible, por la forma en la que lo estaban haciendo. Sus acciones asesinaron a un embajador Americano en Libia y a otras tres personas. Esta es la clase de acciones que no tienen lugar dentro de la libertad ni individual ni colectiva.

Lo que hay que concluir de todo esto es, entonces, que es nuestro derecho a dar a conocer nuestras ideas, pensamientos y corrientes, opiniones y críticas, etc. La cosa es cuando en vez de lanzar pensamientos, se tiran piedras. Actuar y hablar con prudencia nunca le ha hecho daño a nadie, y en un mundo tan turbulento como el nuestro, considero que es una necesidad todavía vigente.

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