Valladolid, pueblo mágico (crónica)

Valladolid, pueblo mágico (crónica)

Desde el primer momento supe que esa escapadita sería mágica y definitivamente Valladolid no me defraudó. No estaba muy segura de qué esperar, pero al primero momento que bajé del coche, sentí como ese nuevo lugar me arropaba sin siquiera saber quién era yo, me daba la ligera sensación de que por algo, lo que fuese yo tenía que estar ahí.

Mi primer contacto con el entorno fue en la tradicional “Michoacana”, ya saben, el localito en la mera esquina del centro, pintado de blanco con rosa pálido y amarillo, sillas y mesas ‘Coca-Cola’ y los congeladores con fotografías de los productos (obviamente muy exageradas) al fondo del lugar. El calor de ese día era abrazador, intenso, pero nunca hiriente.

Cuando me acerqué al congelador, lo primero que vi fue una fila enorme de ‘trolles’ de pitahaya e inmediatamente pensé: “De aquí soy”.

No pasó mucho tiempo para que me diera cuenta de la increíble calidez de las personas que viven allí: desde el señor de la esquina en botas y sombrero vendiendo elotes frescos, recién traídos del campo,  hasta las señoras en  huipil con sus sombrillas deleitando a quienes pasan con una probadita de los dulces típicos de la región, que son verdaderamente un pedacito de cielo.

Mientras paseaba por el centro del pueblito, di con una plazuela muy chiquita, pero hermosa. Al fondo estaba la biblioteca municipal en una de esas casonas antiguas que las familias de alcurnia suelen donar al municipio.

Y dentro de esa misma plazuela una puertita de madera con un letrero que únicamente rezaba: “La Candelaria”. Al entrar mis ojos, oídos y nariz no podían creer lo que veía: un hostal precioso, repleto de gente hermosa, el lobby lleno de artesanías mexicanas, colores frescos y brillantes. Inmediatamente podías sentir el aire de calidez y pertenencia.

Seguí caminando y llegué a una sala común, decorada igualmente de artesanías mexicanas, y más adelante podía ver un hermoso pasillo al aire libre lleno hasta el tope de plantas de todo tipo. Más adelante se veía una cocinita con mesitas de colores muy vivos, ollas, cazuelas, trastes de todo tipo colgados de una liana.

Al seguir por el pasillo y llegar hasta el fondo, encontré un área de hamacas, con linternas y lámparas para poder leer a gusto en plena madrugada o simplemente estar y admirar toda la vegetación que me envolvía.

Era tan vívido como un sueño. Las personas alegres. Todos se saludaban y se detenían un momento a platicar entre ellas. Al cabo de unos minutos, se despedían cordialmente y seguían su camino, una y otra vez…

Una de las cosas más grandes y hermosas que tiene este lugar son sus alrededores y toda la oferta natural tan vasta que uno como explorador puede disfrutar.

Al siguiente día, me levanté temprano y salí en busca de una bicicleta para rentar, para montarme en ella y ver qué más maravillas me encontraba por ahí.

Cuando la tuve, me monté en ella en busca de aventura. Pregunté a varias personas hasta que di con el camino para llegar al cenote Oxman, uno de los caminos más hermosos que han visto mis ojos, lleno de verde, sin autos, sin cables… en ese momento sólo estábamos la tierra, mi bici, el cielo azul rey, las plantas y yo.

Todo el trayecto fue de profunda dicha. Basta con salir de la rutina, atreverse a cambiar de aires para encontrar eso que todos buscan: paz.

Después de 40 minutos, llegué al majestuoso cenote, imponente, precioso y enorme.

Al darme cuenta del hermoso escenario en el cual estaba parada, sentí un escalofrío recorrer toda mi columna vertebral, pues aún después de tener tres años viviendo en la blanca Mérida y viajar por sus alrededores, un cenote es algo que nunca dejará de impactarme y robarme el aliento. No lo pensé más y me eché al agua. Al momento que caí, fue como si todos los problemas, preocupaciones y demás se hubiesen ido al fondo. De pronto nada importaba más que la relación que ese bello espacio y yo teníamos.

Y es que Valladolid, como muchos lugares en Yucatán, no sólo es patrimonio de la nación, sino un portal directo a nuestras raíces, a nuestra cultura, la cual, normalmente por estar sumidos en el mundo, olvidamos.

Pero ahí está. Siempre ha estado.

Fuente de la imagen: http://www.luxuriousmexico.com/wwwluxuriousmexico/Luxurious%20Mexico/PicsYucatan/Yucatan,%20Valladolid,%20Cenote%20Dzinup%20-%20Photo%20by%20Visitmexico.gif

 

 

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