La verdad de Santa Claus

La verdad de Santa Claus

Espero que este artículo no llegue a los ojos de un niño creyente en Santa y que a ti, que lo estás leyendo, no te cause ninguna desilusión pero es un hecho que hay que comentar, ya que es una etapa en la que todos llegamos a un descubrimiento del que preferimos habernos quedado con la duda y seguir ilusionados con los regalos del pino y su origen el Polo Norte. Les contaré acerca de cómo fue que descubrí la verdad sobre Santa Claus y que, aunque fue un momento triste, hoy lo recuerdo como una anécdota chistosa pues yo -pobre niña inocente- sólo quería ser espía.

Cuando estaba en cuarto de primaria, tenía una extraña obsesión con querer ser espía. Siempre, después del colegio, me ponía mi ropa de espía y empezaba a buscar tesoros -no sé qué tiene que ver uno con lo otro pero yo así me divertía-. Buscaba en todos lados, en el cuarto de mis hermanos me sumergía entre sus calzones y sus calcetines buscando yo no sé qué, siempre me encontraba con las cartas de amor de mi hermano mayor y pues la curiosidad me mataba y no me dejaba tranquila hasta que investigara un poquito más de qué se trataba aquella cosa con tanto corazón, hasta que un día llegue al cajón -no tan secreto- de mi mamá y encontré las mismitas cartas que le escribí a Santa; primero me asusté porque había entendido que las cosas que le pedí a Santa no me llegaron completas y todo porque mi mamá se las había robado, después de algunos minutos de analizar el hecho ocurrido, me acordé de cómo en el colegio algunas de mis amigas ya eran del otro bando -el no creyente- y se dedicaban a publicar que el panzón con barba blanca no existía pero yo prefería no escucharlas y pensar que era venganza porque Santa no les había traído lo que querían. Y es entonces cuando me cayó el veinte de que mi mamá era Santa, fue ahí cuando me di cuenta de que tenía que compartir el secreto; corrí con mi hermano el grande y él, muy desilusionado, se puso a llorar y los dos en mar de lágrimas fuimos como verdaderos justicieros a pedir una explicación a la culpable de aquel delito: mi MAMÁ.

Mi mamá nos dio toda una explicación que nos tranquilizó un poco, nos hizo prometer no decir nada para que mi hermano pequeño no se enterara y además nos prometió que los regalos no iban a dejar de llegar. Es aquí cuando mi visión de la Navidad cambió y me empezaron a importar cosas que de verdad valían la pena y comencé a vivir la navidad con su sentido verdadero, obviamente sin olvidar los regalos.

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