Japón mantuvo durante siglos un orden social y político complejo: en un principio contaba con una jerarquía encabezada por el emperador, seguida por los shogunes (personas que administraban el país, como secretarios de Estado).
En jerarquía, luego de los shogunes seguían los daimyos (señores feudales – dueños de las tierras), que con el tiempo se consolidaron y reorganizaron el Estado: los shogunes ya no poseían tanto poder, pues la tierra era la principal fuente de riqueza. Los feudales o daimyos lucharon entre ellos y las tierras quedaron en manos de los más fuertes.
Los daimyos, protegidos por sus samuráis (defensores guerreros), poco a poco lograron que el poder se unificara y aunque no tenían el título por sangre, sustituyeron a los viejos shogunes.
Alrededor de 1860, el país comenzó a tener una serie de eventos de transformación e independencia. La llegada de ideas del extranjero fue esencial para la transición del feudalismo al capitalismo. La Revolución Meiji, protagonizada por un movimiento anti-shogun y fuerzas samuráis, supuso el inicio de la moderna sociedad japonesa.
El 3 de enero de 1868, anti-shogunes y jóvenes samuráis le entregaron el poder estatal de la clase shogun al emperador Mutu-Hito, proclamándolo Emperador Meiji y otorgándole a él la única autoridad. Finalmente se proclama la Restauración Meiji: se da fin a 265 años del Shogunato y arranca la moderna sociedad japonesa: con nuevos procesos políticos, económicos y sociales que modernizaron el Estado y la unidad nacional.
Las reformas agrarias del país también fueron punto importante para el desarrollo del Japón moderno y capitalista. Durante esta revolución, Japón imitó por primera vez al Occidente y los conflictos que tuvieron lugar en el país por siglos, fueron resolviéndose poco a poco, sin embargo, la clave del éxito para Japón fue, que simultáneamente a las transformaciones, se conservaron las tradiciones asiáticas y la estructura de clases.
Fuente de información: nodo50.org, vagabundork.no