Nos encontramos esclavizados ante la compra y venta de objetos, a los cuales, de manera natural, les otorgamos un valor mucho mayor del que realmente merecen. De cierto modo, les adjudicamos nuestra felicidad y hacemos todo lo posible para conseguirlos.
¿Qué mejor ejemplo de esta sociedad materialista que la misma Navidad, en la cual, desde la infancia se vive como la oportunidad que obtener nuevos objetos?
La idea de un señor con barba y pelo blanco, vestido de rojo y con una sonrisa encantadora que nos proporciona juguetes la noche previa a la Navidad, los intercambios familiares y toda la decoración, marca del «espíritu navideño», son sólo ejemplos de grandes ideas envueltas en dinero que, con el paso del tiempo, se han vuelto una costumbre disfrazada de los buenos deseos al prójimo y de la misma religión.
Música, películas, alimentos y los mismos colores navideños son mensajes que recibimos a lo largo de estas épocas que fomentan el consumismo.
¿Vacaciones decembrinas? ¿Aguinaldo? ¿El ‘Buen Fin’ y el ‘Black Friday’ a pocas semanas de la época navideña? Todos son ejemplos de cómo el mismo gobierno y la economía preparan a las masas para gastar.
Sin embargo, este patrón de consumo se presenta a lo largo del año porque las mismas personas ya entienden su relación con los objetos como algo que los caracteriza al atribuirles un valor más allá de lo inmaterial. Hoy en día los humanos le dan una mayor importancia a los objetos que a las mismas relaciones personales.
Es por ellos que probablemente nos gusta y disfrutamos tanto la Navidad… pero, ¿cuándo nos volveremos más humanos?
Fuente de la imagen:
http://www.roastbrief.com.mx/2015/10/acoso-derribo-vuelve-la-navidad/