El destino… una vez más

El destino… una vez más

Hace miles de años existía una provincia japonesa que era muy pobre, a la cual se le denominó Karzo. En dicho sitio, las casas estaban hechas de paja occidental y bambúes. En ese lugar yacía una mujer (Annie) embarazada de gemelos, su panza estaba anormalmente grande, así que esa era la única explicación.

Déjenme brindarles un poco de contexto sobre esta mujer y su vida. Annie proviene de una provincia muy pobre y de antemano sabemos qué le sucede a las personas que habitan en lugares marginados.

Karzo era considerado el refugio de los criminales más temidos de Japón, incluyendo violadores, asesinos y traidores de la patria. Las violaciones y el maltrato eran el pan de todos los días. 

Cuando el jefe del pueblo se enteró del embarazo, despojó y sacó de la aldea a la joven Annie. En Karzo pensaban que la reproducción era un obstáculo para el desarrollo de la comunidad, debido a que con muchas dificultades podían mantenerse a sí mismos.

Al ser exiliada, Annie se refugió en unas cuevas. Vivió a base de plantas y animales que ella misma cazaba. El día de su parto estaba a un abrir y cerrar de ojos, la mujer estaba muy segura que no iba a sobrevivir, pero Dios le sonrió y le abrió los brazos al ponerle a un japonés millonario quien hacía una expedición por la jungla.

Cabe señalar que este viajero inesperado estaba triste ya que había perdido a su único hijo debido a una enfermedad incurable. El hombre se encontró con la mujer desnutrida y embarazada, pero le brindó su ayuda al llevarla a su castillo para que la atiendan y le otorguen todos los cuidados necesarios al momento de dar a luz.

Ninguna buena obra viene gratis… menos en ese entonces. Tras el parto, el japonés le dijo a la mujer que él iba a criar a uno de sus hijos. Este muchacho (Itachi) se quedaría en el castillo viviendo con los reyes, ya que la esposa del monarca no podía tener más hijos. 

La redada fue que solo quería criar a Itachi, mientras que el otro hijo (Levi) se tendría que marchar con ella a su pueblo de origen. El misterioso japonés fue severo: tu tiempo de hospedaje ha concluido.

El tiempo pasó e Itachi se convirtió en el samurai más temido de todo Japón a sus 21 años, era un guerrero nato quien estaba dispuesto a darlo todo por su familia y nación. Verlo usar la katana era una obra de arte, era ver la gracia divina en forma de humano. Itachi se hacía cargo de todas las estrategias y redadas del ejército japonés. El único hombre que era más importante que Itachi, era el emperador, quien confiaba solemnemente en el joven prodigio.

Un día el emperador le ordenó a Itachi que armara al ejército más temible y violento que jamás se haya visto, ya que su siguiente asalto era a la provincia más peligrosa de todo el país: Karzo. El emperador hizo énfasis en Levi, quien según era el guerrero más peligroso y brutal de Karzo. Dicen que cuando sostiene una catana, lo posee un demonio, convirtiéndolo en el espadachín más temido de todo el inframundo.

El día llegó. Itachi quedó cara a cara con Levi, después de que ambos destrozaron a los ejércitos opuestos, quedando solo ellos dos de pie. El bien contra el mal, Dios contra el demonio, parecía un cliché sacado de una película taquillera.

Empezó el combate final entre los dos líderes de ideales opuestos. El resultado fue que tanto Itachi como Levi acabaron atravesados por la espada del otro, cayendo de rodillas y con las frentes topando.

Itachi le comunicó a Levi con una voz tenue y débil que era la persona con más talento a la que se ha enfrentado, que nadie nunca le había dado batalla ni descifrado sus movimientos poco ortodoxos con la catana. 

Ante esto, Levi contestó:

Nadie podía leer y predecir tus movimientos, porque ninguno de tus oponentes pasados era tu hermano. 

Itachi se quedó perplejo por lo que escuchó…  

Levi respondió: 

Tú no sabías con quién te enfrentabas, yo sí sabía quién era mi oponente. Los dos moriremos aquí y me resulta irónico que moriré a un lado de mi hermano, justo en el primer día de conocerlo.

Levi e Itachi con las últimas fuerzas que les quedaban, sonrieron con la boca ensangrentada y las katanas atravesadas en el torso. Fallecieron abrazados.

Columna desarrollada por estudiantes de la Escuela de Comunicación y Empresas de Entretenimiento de la Universidad Anáhuac Mayab en el marco de la asignatura «Narrativa literaria».

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