Nunca supe en qué momento pasó, solo lo hizo, era el momento en el que mi vida rebosaba de alegría y felicidad. El día donde ese ladrón osó arrebatarme de la guardia del sol para arrastrarme al lugar más profundo del inframundo, donde mis únicos amigos son los vestigios de las personas que alguna vez bailaron y alabaron a los dioses olímpicos, se atrevió a llenarme de oro y joyas preciosas para finalmente sentarme a su lado por la eternidad.
Algunos me llaman Diosa, Perséfone, Reina o Emperatriz de la Muerte, no me identifico con ninguno de esos nombres, mi nombre de nacimiento, el que me concedió mi madre fue Kore. En ese entonces gozaba de una libertad y una inocencia que actualmente envidio, la luz alumbraba todo el valle al que yo llamaba hogar y las flores lo coloreaban dándole un toque majestuoso. Desde chica los diferentes olores inundan mis sentidos, brindando felicidad, armonía y amor.
Todo se me fue arrancado por un sucio negocio de mi padre, terminando con toda la belleza que me rodeaba. Yo caí en sus garras, unas garras que en un principio me lastimaron y que terminaron siendo las manos que más añoro. Ese ladrón, gruñón y mandón, no solo se robó mi libertad, mi vida y pureza, ya que, con el tiempo se robó mi corazón y no me arrepiento en lo más mínimo.
Ahora, mi corazón está protegido por él, como el gran Cerbero protege la entrada a mi nuevo hogar. A partir de ese día, acepté finalmente mi lugar como la reina entre los muertos.
Columna desarrollada por estudiantes de la Escuela de Comunicación y Empresas de Entretenimiento de la Universidad Anáhuac Mayab en el marco de la asignatura «Narrativa Literaria».
muy interesante! desde chiquita me ha gustado la mitología griega, así que me encanta