por Alberto Rodríguez Zapata.
Despierto y me encuentro flotando en el inmenso y majestuoso espacio, rumbo al infinito. ¿Acaso, estoy en una misión? Lo dudo mucho, ya que esto que me pasó no parece ser una misión espacial sorpresa o algo por el estilo. Noto que mi cabeza me duele mucho, como si algo me hubiera golpeado.
Mientras trato de recordar qué pasó, por alguna extraña razón, suenan en mi cabeza miles de temas de diversos autores que jamás llegaron a viajar al espacio (porque ni Neil, ni Buzz, ni Michael y, mucho menos Laika, que en su momento sí tuvieron la oportunidad de hacerlo, no eran ni músicos ni cantantes) pero que de un modo u otro encontraron inspiración de algún lado y compusieron grandes obras en honor al misterioso sideral.
¿La ópera? Algo que a todo mundo le parece aburrido, pero que cuando lo relacionan con “La Guerra de las Galaxias” o “Viaje a las Estrellas” ya no lo parece tanto.
Mientras estoy aquí, pienso en cómo soy la envidia de millones de niños alrededor del mundo que le dijeron a sus profesores “yo quiero ser astronauta cuando sea grande”, justo cuando les preguntaron respecto a su futuro, muy por encima de querer ser bomberos o policías (como supongo debieron haber contestado sus otros compañeros, con mucha menos imaginación).
Houston, ¿tenemos un problema? Como si los problemas de la NASA, que no se comparan en nada con el que tengo ahora mismo, fueran muy importantes, ya que finalmente caigo en la cuenta de que estoy flotando a la deriva, sin rumbo alguno y solamente veo estrellas y oscuridad.
Para no caer en la locura total, mi mente (probablemente como mecanismo de defensa) empieza a fantasear con miles de cosas que ví alguna vez estando en la tierra.
Suenan “Rocketman”, “Spaceman”, “Space Oddity” e incluso “Fly me to the moon” en mi imaginación, mientras veo cómo una nave rebelde llena de jedis viene a mi rescate, o mejor dicho, cómo los agentes Valerian y Laureline, finalmente dan conmigo y me llevan de regreso a la ciudad de los mil planetas. Incluso, hasta aceptaría que Kang y Kodos me rescataran con la intención de obligarme a decirles cómo conquistar la tierra en otro especial de noche de brujas de una serie que ya nadie ve.
Sin embargo, todo eso fue en vano. Ahora la música en mi mente ha cesado, y finalmente recuerdo que salí a reparar los daños provocados por un asteroide a las afueras de la estación espacial, que ahora he logrado encontrarla, pero que al verla, cada vez se hace más y más pequeña hasta que ya no la puedo distinguir a simple vista.
Sonrío al darme cuenta que quizá he llegado más lejos de lo que el hombre jamás ha llegado. Tengo una vista privilegiada y la tierra se ha hecho tan pequeña que ahora hasta cabe en la palma de mi mano.
Mientras la tierra se hace del tamaño de mi dedo pulgar hasta desaparecer de mi vista, pienso que pasará primero. Si moriré de hambre, de frío o de sed, o simplemente el oxígeno de mi traje se acabará, y celebraré que mi agonía finalmente habrá terminado.
Columna desarrollada por estudiantes de la Escuela de Comunicación y Empresas de Entretenimiento de la Universidad Anáhuac Mayab en el marco de la asignatura «Narrativa Literaria».