Autómatas es la primera palabra que me viene a la mente cuando pienso en los jóvenes de hoy. Puede ser mi percepción, pero pareciera que se mueven sin rumbo fijo y sin caer en cuenta de todo lo que sucede a su alrededor. El mundo se cae en pedazos frente a sus ojos pero la venda de indiferencia que cubre sus ojos es muy gruesa: nada los inmuta, ni los perturba, y si consideramos lo crítica que es la actual situación política, económica y demás que se vive, he de decir que el panorama pinta desalentador.
Me parce de lo más urgente encontrar una explicación a esa –aparentemente–generalizada condición de indolencia que afecta al Homo Apáticus y que, a mi criterio, representa un peligro mayor.
Para ello nada me parece más adecuado que retomar la propuesta que el ensayista español, Jorge Riechmann, tiene al respecto y sobre lo cual opina que “la sexualidad desinhibida, los vuelos baratos y la tarifa plana en telecomunicaciones compensan mal que bien gravosas pérdidas en otras dimensiones”.
Aunque pareciera que lo que Riechmann dice carece de conexión con el tema en cuestión, adquiere todo el sentido si entendemos que para él, los tres elementos que cito, han contribuido de alguna forma u otra a la pérdida de la identidad cultural y distinción de lo real, que a su vez, ha propiciado en ellos un estado de trance y pasividad.
Esto es altamente preocupante porque las generaciones de hoy serán quienes tengan al mundo en sus manos el día de mañana, y al ritmo al que todo va, están limitando su propio futuro sin siquiera caer en cuenta de ello.
Generaciones de jóvenes pasadas fueron capaces de cambiar el orden que se les había impuesto y de expandir sus horizontes usando la organización como su principal arma, y todo esto fue posible gracias al marcado sentido de identidad que poseían de sí mismos y su generación.
El ejemplo más claro de ello fueron los múltiples movimientos estudiantiles que cobraron vida alrededor del globo y que no se quedaron en un simple intento.
En gran parte, siento que lo anterior se debe a la creciente idea de que sin importar lo que se haga, se ha vuelto prácticamente imposible ganar cualquier clase de batalla en contra de las tiranías gobernantes. Tal sensación de descontrol ante lo que acontece y de inhabilidad de confrontar a las autoridades, ha traído graves consecuencias en el autoestima colectivo.
No podemos ignorar que lo anterior ha jugado una parte importante en el comportamiento anómico de los actuales ciudadanos del mundo, como tampoco podemos hacer a un lado el hecho de que internet ha colaborado con tal comportamiento gracias a la –cada vez mayor– enajenación de los individuos de su realidad.
Como mencioné en un principio, el panorama es verdaderamente desesperanzador, y todo resulta en un círculo viciosos pues, a su vez, esta perspectiva de un horizonte inalcanzable trae consigo más apatía pues, después de todo, es más fácil seguir siendo un individuo cuya vida pase frente a un computador, dónde el escenario virtual es, en cualquier caso, mucho más desafiante que la realidad misma.