Salir de la sala después de observar una adaptación cinematográfica de un libro implica escuchar varios “estuvo mejor el libro” provenientes de los fieles lectores -sería raro si no se escuchara–, algo que causa mucha intriga, puesto que, a pesar de que en éste se base la película, es independiente a la literatura en sí.
Muchos olvidan que, además de que asistan los lectores a observarla, usualmente suelen asistir de igual manera personas que jamás tocaron el libro, que no tienen idea de lo que trata la película, o incluso, que ni siquiera sabían que existía un libro de ésta.
Siempre se cae en el error de comparar las dos cosas como uno mismo, olvidando que la literatura narrativa posee un desarrollo extensivo, que permite que, tanto el autor como el lector, puedan tomarse su tiempo para crear o leer la historia; hacer una que otra pausa intermedia, o bien, llevarse meses o años en ello. En cambio, la dramática, o bien, el lenguaje audiovisual en este caso, se dispone de un tiempo estimado a realizarse u observarse, por lo que es lógico que se omitan o transformen determinadas cosas en la realización, ya sea para acoplar el tiempo o captar la atención de la audiencia. Resultaría increíble una cinta que tenga exactamente todo lo que el libro contiene… Entonces, ¿por qué la necesidad de compararlos siempre? Aunque éste se utilice para la realización, hay que tomar en cuenta que se toma la estructura, no todo el contenido.
Además, los libros permiten que la imaginación sea relativa, cada quien en su mente va creando mundos diferentes, por lo que, si siempre se contemplara lo que el producto de la imaginación creó, jamás –nunca– se estaría de acuerdo y a toda la cinta se le encontraría un ‘pero’, resultando peligroso el negocio de las adaptaciones de un libro: ¡Cuidado futuros o actuales directores!
Se está tan atado a ese paradigma de querer que la adaptación sea tal cual como se imagina que, al verla, no se disfruta y valora el trabajo de cada persona que participó en su realizacón. Definitivamente es un reto intentar complacer a –especialmente– dos públicos tan diferentes y exigentes.
Por eso, una persona que jamás leyó el libro, no podrá saber si éste es mejor o no, solo saldrá de la sala con una expresión de complacencia o decepción si disfrutó o no la cinta, una actitud muy pura, puesto que viene a sorprenderse, y de ahí, se juzgará si es buena o es un fiasco, dependiendo de la reacción de la audiencia.
Ahora, separando las dos cosas y tomando en cuenta solo la cinta –sin spoilers–, en ‘Yo antes de ti’ se sintió una gran química en los actores, quienes interpretaron muy adecuadamente sus roles, especialmente por Emilia Clarke, quien llevaba un reto muy pesado, ya que ha destacado por encarnar al personaje de ‘Daenerys Targaryen’ –de la tormenta de la casa Targaryen, la primera de su nombre, la que no arde, etc, etc– en la aclamada serie ‘Games of Thrones’, un rol muy distinto al enseñado en el filme, en el cual logró adentrarse.
Tampoco hay que dejar atrás a Sam Claffin, quien interpreta un personaje muy complicado, siendo evidente que en la realización se hizo un buen trabajo por parte de la realizadora Thea Sharrock para saber manipular el trabajo, y no solo hacer fluir los momentos con la fotografía, el diálogo y el vestuario, sino por intentar bajar los momentos de tensión con situaciones que causaban mucha gracia a los espectadores quienes, cabe resaltar, aunque su público meta fueran las mujeres, también se sintió incluido el público varonil que acompañaban a éstas.
Lectores, por un momento hay que disfrutar de la magia del cine y dejarse llevar. Podría llegar a sorprender lo que se pueda observar, o incluso superar aquello que se imaginó, y lo dice alguien que sí leyó el libro…
Así que, ¿de verdad el libro es mejor que la película?