Por: Isaac Levi Félix Salinas
Desde mucho antes que iniciaran las campañas oficiales de los candidatos a la presidencia de la república, en las redes sociales se vive una atmósfera de propaganda con alto contenido político, con la cual personas de los tres frentes, o de ninguno, se han dado a la tarea de convertir las elecciones presidenciales de este 2012 en las aparentemente más “reñidas”.
Ante el implacable bombardeo a través de la social media, surgieron sitios web como El Menos Peor, dedicados exclusivamente a ofrecer a la persona común la información pertinente para garantizar que tome una decisión correcta a la hora de votar. Sin embargo, con toda la agitación que se puede producir por estos medios, la supuesta imparcialidad con la que muchos comenzaron ha terminado por decantarse hacia un frente político, que consideran más conveniente.
Mirándolo como un movimiento social, la presión sobre el voto del joven mexicano es ahora más fuerte que nunca. Nos hemos preocupado de estar pendientes de que lo que unos quieren sea querido por todos, como si estuviéramos esperando que las preferencias políticas de la ciudadanía menos experimentada se definieran de una vez por todas. Claro ejemplo de ello es la reciente formación de precarios líderes de opinión, que se dedican a transmitir a sus seguidores una ideología de derecha o de izquierda, sin saber en dónde se encuentran sus fundamentos y con sus méritos basados únicamente en los retweets o en los likes que su historia almacena.
Si nos ocupáramos en comparar, pareciera que lo que se avecina no es el proceso por el cual decidiremos quién gobernará al país por los próximos seis años, sino uno de los dramas que tanto ocupan el tiempo de la televisión. Con esto me refiero a que el proceso electoral se ha transformado, ya sea en un partido de fútbol, en una telenovela, o en un circo, mediáticamente hablando.
La visión mediática de las elecciones se traduce en la difusión masiva (por medio de Facebook, Twitter, y demás), de contenido propagandístico, más que nada a través de contenido multimedia en las que renace la vieja escuela de las caricaturas mexicanas, porque intentan desarmar las propuestas de campaña de cada partido por medio del ridículo, no por medio de los argumentos.
El problema es que hoy a cualquiera se le ocurre que su ideología es la mejor, y además muchos tienen la arrogancia de querer convencer a otros. Se nos olvida que, en esencia, la democracia es un gobierno formado por la opinión pública, y por ello siempre se ha tratado de preservar en el más alto secreto (o al menos ese es el supuesto), de manera que cada ciudadano tenga que invertir tiempo y esfuerzo, para decidir a nivel personal e individual, cual es su mejor opción, sin la influencia de factores externos. Así, con la suma de decisiones individuales, la decisión que la sociedad arrojara sería la más adecuada a la mayoría de los ciudadanos. Con la aparición de las redes sociales, el pequeño ejercicio mental que la decisión supone desaparece, porque es más fácil compartir el pensamiento que por las redes sociales aparece más.
Esto sucede porque hemos otorgado a las redes sociales la característica de bondad. Pensamos que por ser un medio sin regulación es un medio en esencia bueno. Hacemos pues, una mera asociación en la que, frente a la vida social en la que el contexto delimita nuestro actuar, las redes sociales son totalmente libres. Y por permitirnos ser libres, sentimos que no pueden hacernos daño. Por ello, un líder de opinión en este rubro es la figura más irresponsable que puede haber en temas de gobierno: tiene el poder de moldear la opinión pública de sus allegados, y acaba por decidir quién gobernará, a través de otros, si hace bien su trabajo.
El verdadero papel de las redes sociales, y de internet, no es el de funcionar como medio facilitador de las ideas de los líderes de opinión, sino el de facilitar la difusión de información, en general. Así, lo más correcto para sentirnos partícipes en este proceso electoral (o sentir que hacemos algo para mejorar al país) no es convencer a otros de votar por la ideología política que consideremos más adecuada, sino la de impulsar que el voto sea lo suficientemente concienzudo como para que su valor exista. Es decir, conservar la imparcialidad y tratar de que las personas decidan por sí mismas.
Aunque a todo esto debemos preguntarnos cuál es el porcentaje real de ciudadanos que tienen acceso a las redes sociales, porque es un error suponer que siendo muy pocos podamos definir el curso del voto. Porque mientras que en las redes sociales los índices de popularidad son unos, en la televisión, la prensa y la radio nos dicen que son otros y lo cierto es que los meetings que se transmiten nos muestran que los tres candidatos vienen con mucha fuerza.
El voto y la participación ciudadana no pueden darse por satisfechos con las pequeñas campañas que algunos intentan llevar a cabo por medio de las redes sociales, porque un gran porcentaje de la población no las utiliza. Es hipócrita creer que con el mero hecho de difundir las caricaturas que surgen en internet lograremos algo, quien quiera ser partícipe de manera real tendrá que buscar otras maneras de motivar y convencer, más parecidas a las que usan los partidos políticos, que lo han logrado en los últimos sexenios.