Recuerdo el quinto partido de la serie mundial del 2000: los Yankees iban 3 a 1 sobre los Mets en la serie. Era la parte alta de la novena entrada, el partido se encontraba 2 a 2. En la loma, Al Leiter lucía dominante, lo había hecho bien desde la primera entrada. A pesar de ello, tenía 140 lanzamientos en el hombro. La opción de sustituirlo sonaba bastante lógica, sin embargo, no fue así: Bob Valentine le dio el voto de confianza después de haber caminado a los dos últimos bateadores. Luis Sojo, quien había llegado de cambio a mitad de temporada, se encontraba en el plato, buscando un lanzamiento lo suficientemente cómodo para hacer swing, y no espero mucho. El primer lanzamiento del zurdo vino por todo el centro del plato. Sojo aprovechó esto y con un swing rápido partió el diamante en dos, trayendo al plato a Posada y Brousius.
En medio de la celebración yankee, mi padre saltó de emoción. Yo lo seguí, pero al notar que la celebración era demasiado para una simple a notación, pregunté confundido: «¿Ya ganaron?” Él, sin mirarme, y con una sonrisa, dijo: “Sí, porque la novena es de Mariano”. Con esto, y sin dejar mal a mi padre, Mariano sólo preciso de 12 lanzamientos para cerrar la novena baja, y así obtener su cuarto anillo de serie mundial, el tercero de forma seguida.
Cuando Rivera sube a la loma, hay un par de cosas que son seguras. La primera es que seguramente lanzara un cutter. La segunda, es que cuando ese lanzamiento se dirija al plato, no podrás batearlo, y con eso, el juego habrá terminado.
El panameño se va, eso, es tan seguro como él, el mejor cerrador que el beisbol haya visto. Mariano deja números impresionantes que argumentan por si solos su posición como el mejor. Con sus 652 salvamentos, se encuentra en el primer lugar histórico de ese departamento. Asimismo, posee el récord de juegos salvados en postemporada con 42 y es líder de todos los tiempos de juegos finalizados. Además posee el tercer mejor WHIP en la historia, una efectividad de 2.21 en temporada regular y un microscópico 0.70 en postemporada, sin mencionar un sinfín de bates astillados.
Este último mes de la temporada fue una gira de despedida para Mariano. No hubo equipo de beisbol que no se tomara un tiempo para rendirle homenaje a uno de los grandes en la historia de este hermoso deporte, y cuando digo todos los equipos rindieron tributo, no exceptuamos a uno solo, ya que incluso, en la casa de los acérrimos rivales, el panameño también fue homenajeado. Rivera se metió a la cueva del lobo, únicamente para salir ataviado de placas, pinturas, firmas y reconocimientos, todos estos presentes acompañados de un mar de aplausos que inundaron el Fenway Park. Así de grande es Mariano.
Mariano Rivera es más que 652 rescates, más que cinco títulos de serie mundial, más que un simple jugador de beisbol con números extraordinarios: él representa la fuerza y el coraje que todo pelotero debe tener. El temple en sus ojos a la hora de subir aquellos 30 centímetros de tierra llamados montículo, es una reflejo de la calma que sentía Joe Torre al llamarlo desde el bullpen. Durante 17 temporadas no hizo otra cosa que ser un cerrojo en la novena, durante 17 temporada nos enseñó lo que es en realidad ser un pitcher.
Por lo pronto el mejor se va, dejando únicamente halagos, estadísticas, humildad, respeto al juego y lo más importante, recuerdos, recuerdos que perdurarán e invocarán las sensaciones que vinieron adjuntas al momento de vivirlos, recuerdos que desde ahora y para siempre hacen a Mariano Rivera una leyenda.