Murakami, mi amor (columna)

Murakami, mi amor (columna)

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Compré mi primer (y hasta ahora único) libro de Murakami hace realmente poco tiempo, en medio de un gran ataque shopahólico que sólo me da en las grandes librerías. Eran varios libros negros del escritor japonés y mi limitado presupuesto se inclinó hacia ‘Sputnik, mi amor’Poco me decía la reseña así que, sin más, lo metí en la canasta y pasé al siguiente estante.

«Tú que adoras a Cortázar, deberías leer a Murakami«. Casi pude escuchar las palabras de un amigo mío cuando, días después, abrí el libro, tomé un lápiz y me dispuse a leer. ¿Sería cierto? ¿Me uniría a los fans que insisten en que el hombre merece un Nobel desde hace tiempo? ¿Lo odiaría por completo?

Triste pero cierto, de un tiempo a la fecha he notado que mis hábitos de lectura han ido decayendo. Pero luego de dos días rebosantes de Sputnik, me doy cuenta de que en su mayoría es culpa mía. ¿Quién me manda a dejar la literatura? En mi afán por lo científico, el conocimiento, lo académico, he descuidado por completo lo lúdico de la lectura. He/había caído en el hastío.

Bastaron dos horas de vuelo para recordarme la maravillosa dicha de tener un buen libro en las manos. Y es que la magia de Murakami te transporta, te lleva de un simple vuelo nocturno a una playa desconocida pero encantadora, a la que llegas a través de mares de soledad propia y ajena abordo de un delicioso surrealismo que pocos pueden lograr. Las palabras se vuelven imágenes y las imágenes se vuelven vida.

Terminé el libro con ese extraño y triste regocijo que seguro conocen bien. Sobra decir que Sputnik ya está acomodado en mi librero y que mi cochinito ya está engordando con la esperanza de transformarlo en un libro más. Ah, y discretamente ya les insinué a mis padres y a mi novio qué me gustaría para Navidad.

Y a ustedes también.

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