Un día como educadora (crónica)

Un día como educadora (crónica)

En el marco de la asignatura “Innovación y estructura periodística”, alumnos del séptimo semestre de comunicación de esta Casa de Estudios han elaborado crónicas y reportajes. A continuación, se presenta la crónica de María Fernanda Cantillo Rodríguez, quien narra una muy sui generis vuelta a la infancia. 

Desperté con toda la intención de faltar al compromiso que ya había hecho, sin embargo, mi querida madre, me anunció que la directora del jardín de niños ya me estaba esperando. Cuando me dijo esto, me pregunté qué tipo de magia mística utilizan estas mujeres del mundo de la educación preescolar para levantarse tan exageradamente temprano, lidiar con sus hijos y con hijos ajenos. La respuesta me llegaría más adelante. Me dirigí hacía Las Águilas.

Hay algo muy curioso en la colonia donde se ubica el jardín de niños al que fui. Pareciera que llegar ahí es como regresar en el tiempo, cuando las colonias de la ciudad de Mérida eran como pequeñas comunidades, donde todos se conocían, convivían y era muy común ver a tus compañeros de clase en las tardes para continuar con los juegos que habían empezado en la escuela. ¡Qué tiempos! Ojalá pudieran volver.

Al llegar a la escuela, descubrí que era día de junta de padres de familia. Ahí estuve un rato, pero luego de que todos los padres de familia se retiraron, llegó la hora de la verdad y empecé con mi tarea de observar a la directora, pues me asignaron en una materia observar las actividades de un directivo. El punto es que acompañé a la directora a ayudar a una de las educadoras de primer grado, ya que la otra se encontraba ausente ese día y los niños de ambas se habían quedado en un solo salón: 28 niños, un salón y una maestra.

El salón era un caos. Los niños rondaban entre los dos y tres años, pero cuando entré al salón me pareció como si fuera una escena de la película ‘Jumanji’. Infantes por todos lados que, con pintura en las manos, corrían. Ya ni siquiera se calmaban cuando las maestras les cantaban: “La lechuza, la lechuza hace shh, hace shh. Todos calladitos como la lechuza que hace shh, hace shh…”. Sinceramente yo no recuerdo haber sido así, aunque tendría que preguntarle a mis maestras de preescolar.

No me considero una persona impaciente, sin embargo tampoco definiría la paciencia como mi gran virtud, pero vaya que es una herramienta esencial para una maestra de jardín de niños. Afortunadamente existe el recreo, pero, a pesar de éste, cuando eres maestra de primer grado, tu tarea no se limita al salón de clases, abarca todo momento del día con tus alumnos.

Y al llegar el tan esperado recreo lo entendí: cuando la directora se fue a ver unos asuntos importantes y me pidió que ocupara su lugar cuidando a los niños, entendí que la fuerza para seguir adelante día a día, a pesar del estrés de tener que controlar a más de 20 niños que llevan máximo dos años caminando, es cuando los niños se acercan a ti y te dicen “Maestra, te traje un regalo” o “Maestra, te quiero”. Pero creo que fue mi mamá quien me dijo que, aunque el cariño de tus alumnos es muy importante, sólo es una parte de la motivación. El resto se encuentra cuando llegas a tu casa y puedes disfrutar toda la tarde que tus hijos te digan “Oye, mamá”.

Fuente de la imagen: http://www.smra.eu/files/images/Ni%C3%B1os%20y%20ni%C3%B1as%20de%20la%20escuela%20infantil%20de%20Sotrondio_1200x900.jpg

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