El fin de un año y principio de otro es una de esas ocasiones en que el alma cristiana siente, espontáneamente, el impulso de acercarse a Dios. La mente se inclina a repasar los beneficios recibidos de Dios durante un año y, ante la conciencia, aparecen también nuestras infidelidades al Señor.
Se siente el impulso de cambiar de vida, de empezar bien el año, de dejar las malas costumbre, cumplir deberes que hemos descuidado y renovar la vida, acercándonos más a Dios, amándolo con todo le corazón y amando a nuestro prójimo.
Esta celebración se puede hacer en familia la noche del 31 de diciembre, esperando a esas 12 campanadas que indican que la nueva oportunidad de empezar de cero y estar a la espera de la nueva aventura ha comenzado.