La ley de Moore, a la inversa (tribuna)

La ley de Moore, a la inversa (tribuna)

Hace casi cincuenta años, en un artículo publicado en la revista Electronics por Gordon Earl Moore, el empresario que fuera cofundador de Intel, predijo que, cada dos años, la cantidad de transistores en un circuito integrado se duplicaría. Desde entonces, la llamada “Ley de Moore” ha comprobado su validez una y otra vez, convirtiéndose en una referencia obligada para aquellos que se interesen en el desarrollo de la tecnología.

Lo que Moore no podría predecir entonces, cuando la incipiente industria de los ordenadores empezaba a tomar forma, es que su observación se podría aplicar a categorías de productos tales como los relojes, lentes y teléfonos décadas más adelante. La tecnología, cada vez más integrada a nuestras actividades diarias de manera invisible e inmediata, ha superado las expectativas más optimistas y, arropada por la ley de Moore, continúa desarrollándose a un ritmo vertiginoso.

En ese sentido, al observar el panorama actual de consumo tecnológico, los teléfonos inteligentes se erigen como el punto focal indiscutible de la atención de jóvenes y adultos. Las posibilidades comunicativas que ofrece, que trascienden una simple llamada para contemplar mensajes de texto, intercambio de fotografías y muchas otras actividades, ofrecen tanto una posibilidad inaudita de informarse como una preocupante tendencia a distraerse.

El caso por excelencia de este último escenario se da en el salón de clases. Las aulas universitarias, respetando el buen criterio de sus alumnos y ablandándose a la implementación de nuevas tecnologías, han permitido el uso del celular durante las sesiones en menor o mayor medida, ajustándose a la postura del docente en turno.

Este aparente progresismo, abanderado por las voces que defienden la tecnología a capa y espada con infinidad de argumentos, ha demostrado su fracaso en la práctica. Lejos de suponer un aliciente para investigar para los alumnos, los celulares se han convertido en la plataforma perfecta para ignorar las clases a favor de actividades menos productivas.

La misma postura en la que se suele utilizar el celular ya resulta llamativa. Su tamaño, que exige al usuario arquear el cuerpo y focalizar la mirada y la atención en una pantalla pequeña, no permite de ninguna manera que los jóvenes puedan prestar atención a sus maestros. Asimismo, la tendencia de los alumnos a esconder sus equipos ya connota un sentimiento de culpa y reconocimiento de que su conducta es inapropiada.

Es por eso que la ley de Moore podría ampliar su alcance para declarar que cada dos años, la dispersión mental de los alumnos también se duplica. Una clara regulación sobre el uso de los celulares, con aplicación obligatoria y general, debe aplicarse como consecuencia. De lo contrario, y de manera paradójica, correremos el riesgo de que la evolución de la tecnología traiga consigo una de-evolución en el conocimiento adquirido y la conducta en nuestras instituciones educativas.

Fotografía: Intel Corporation

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