Domingo de conciencia en el parque de Coyoacán

Domingo de conciencia en el parque de Coyoacán

En el marco de la materia «Innovación y estructura periodística», alumnos del séptimo semestre de la Licenciatura en Comunicación de la Anáhuac Mayab realizaron un ejercicio de crónica. Fabiola Pantoja narra una breve anécdota ocurrida en el Parque de Coyoacán en  relación con los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. 

Hacían 17 grados centígrados en Coyoacán hacia las 8:30 de la noche. Era domingo y las filas para el Café «El Jarocho» se hacían interminables, al igual que las luces y los puestos alrededor de las calles.

Después de caminar unas dos horas entre la gente y recorrer los dos pisos del Bazar Artesanal Mexicano, me dirigí a la Fuente de los Coyotes, mirando justo frente a la Iglesia de San Juan Bautista.

Un hombre de pinta rockera, con barba y pelo largo, perforaciones y guantes con púas de metal, se acercó a la pareja que estaba sentada a mi lado. Comenzó a hablar con una voz aguda y amable. Vendía anillos de alambre de cobre: «son especiales por dos razones, una que los hago con amor y otra que es que cuestan lo que tú quieras darme». Mientras la mujer se negaba y él la hacía reír con un «están feos, ¿verdad? dímelo», escuché que alguien gritaba no tan lejos la palabra que está en boca del mundo: Ayotzinapa.

Me acerqué a una multitud de gente que se encontraba a unos siete metros de la fuente. Un hombre delgado, de cabello medio largo y canoso, con camisa y pantalón de vestir, que hacía caricaturas en las bancas del parque, escuchaba atento al discurso que llamaba la atención de la gente mientras permanecía sentado en una silla plegable junto a algunos cuadros.

En el centro del círculo de gente había un hombre moreno, no muy alto, con una camiseta roja y unos pantalones tan parchados como los de los payasos sentados en las bancas.

«Los que sabemos, tenemos que indignarnos. Y los que no, tenemos que informarnos. Es nuestro país, estás cosas están pasando en las puertas de nuestras casas», decía el hombre, mientras giraba con una hoja de papel en la mano para poder dirigirse a todas las personas que lo rodeaban. Como 30 personas, entre jóvenes y adultos, así como algunos niños inquietos que sólo esperaban a que los mimos sentados comenzaran a actuar.

Después, el hombre le cedió la palabra a un joven vestido de mezclilla, tenis y chamarra azul Abercrombie. «Yo soy universitario, y mi escuela lleva 48 horas de paro porque no queremos que esto pase desapercibido. Mis compañeros y yo estamos preocupados por lo que pueda pasar», decía mientras el hombre mostraba dos hojas con pequeños retratos de los 43 estudiantes desaparecidos desde hace ya un mes.

El joven no tardó tanto. Después de unos minutos de discurso, dio las gracias y se sentó en las bancas en las que se encontraban los payasos y mimos, quienes ahora comenzaban su show. El público aumentó a unas 50 personas.

El hombre de los pantalones parchados salió de entre la multitud que reía por la actuación de un mimo hacia un costado de la fuente. El hombre de las caricaturas le gritó del lado contrario sin levantarse de su silla plegable:

– ¡Qué chido, carnal!

– Gracias, carnal. Hay que despertar.

– Así es, el pueblo está a la orden del Estado, cuando el Estado debería estar a la orden del pueblo ¡Buenas vibras!

El hombre de los pantalones parchados se fue caminando en dirección opuesta a la Iglesia con unas hojas bajo el brazo.

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