Lo que comenzó en una aventura, se desenlazó en una terrible y desilusionante tragedia. Desde 1976, la NASA ya llevaba a cabo misiones espaciales como la de la nave Enterprise o la del transbordador Columbia; las investigaciones marchaban bien y los viajes iban y regresaban con éxito.
El Space Flight Participant Program lanzó una convocatoria para que un ciudadano ordinario viajara, junto con un grupo de expertos, al espacio en la Misión 51L del transbordador Challenger.
El 28 de enero de 1986 a las 11:38 a.m., la nave espacial Challenger que despegó desde Cabo Cañaveral en Florida, se desplomó creando nubes de humo y fuego en el aire.
A bordo estaban el astronauta Michael Smith, el piloto Francis Scobee, el físico Ronald McNair, el ingeniero en desarrollo Ellison Onizuka y el ingeniero eléctrico Gregory Jarvis, la ingeniera Judith Resnick y, como primera civil astronauta en el espacio, la maestra de secundaria Christa McAuliffe. Todos fallecieron al instante.
Uno de los objetivos de esta misión era instalar un satélite de comunicaciones pero principalmente, se quería que un ciudadano americano común pudiera viajar en un cohete. A pesar de que era la décima ocasión que la nave viajaba al espacio, justo la intención de demostrar lo seguro que era salir de la atmósfera, resultó negativa.
Tras la explosión, el presidente Reagan nombró un comité que investigaría y determinaría lo que sucedió con el Challenger, políticos, expertos y astronautas, como Neil Amstrong, estaban incluidos en esa tarea. Las conclusiones fueron que un sello en uno de los cohetes de combustible sólido no funcionó bien y eso ocasionó la explosión.
Pasaron dos años hasta que la NASA volviera a enviar astronautas al espacio. El Discovery en 1988 fue un lanzamiento exitoso al instalar el telescopio Hubble en el espacio, así como dos mantenimientos que se le han dado que fueron realizados por el mismo transbordador.
Fuentes: history.com, sophimania.pe, historiaybiografias.com, elmundo.es
