El poder de la mente

El poder de la mente

Por: Valentina Álvarez Borges

Nuestro cerebro es la herramienta más poderosa con la que contamos los seres humanos. Normalmente no nos damos cuenta, pero así como alguien puede volverse adicto a la televisión, a alguna droga o al Internet, de la misma manera creamos adicción fisiológica a ciertos estados de ánimo y, como en cualquier otra adicción, consciente o inconscientemente, te puedes pasar la vida atrayendo a tu realidad la situación perfecta para satisfacer tu necesidad y llegar a ese estado de ánimo al que te has acostumbrado (felicidad, tristeza, enojo, celos, etc.). Esto sucede porque nuestro cerebro establece ciertas conexiones neuronales para cada estado de ánimo, y mientras más veces se recorra esa misma trayectoria entre las neuronas, más se acostumbra tu cuerpo al efecto que produce.

Además, contamos con un tipo de neuronas llamadas las “neuronas espejo” que se activan de manera automática en ciertas situaciones, y funcionan de manera que reflejan algo que percibimos de alguien más. Por ejemplo, cuando alguien bosteza, tú bostezas. Cuando alguien ríe a carcajadas, terminas riendo tú también y ni si quiera sabes porqué.

Otro ejemplo puede ser el tema de las enfermedades: cuando uno se enferma, el cerebro funciona de manera diferente. Muchas excusas que nos ponemos frecuentemente en medio del camino se vuelven insignificantes y comenzamos a ser más sinceros con nosotros mismos; aunque sea en contra de nuestra voluntad. Es algo que sucede. La enfermedad apacigua al ego, lo deja de lado, lo desinflama. Nos obliga a darnos cuenta de que no somos perfectos, de que no somos infinitos, de que la vida es un ciclo que comienza, se transforma constantemente y eventualmente se termina. Estar enfermo nos obliga a despertar esa parte nuestra que se esconde en la indiferencia ante la vida. Cuando estamos enfermos, nos salimos de nuestra zona de confort y nos vemos obligados a dejar de creer que somos súper poderosos. Es una pausa en el funcionamiento normal del cuerpo, que casi siempre tiene una intención de cambio, y que a veces no podemos identificar a simple vista. Los síntomas son señales del cuerpo que nos piden detenernos a resolver todo lo que tenemos arrinconado en la parte oscura del ego.

Vamos a ponerlo más claro. Los seres humanos tenemos 3 tipos de inteligencia: la instintiva o primitiva, la humana reciente o intelectual, y la intuitiva o inteligencia sublime.

–          El instinto es nuestra inteligencia primitiva, es nuestro pasado, es lo que nos mantiene conectados con la parte natural y animal de nuestra raza, nos une al igual que al resto de las especies a la vida que compartimos en el planeta tierra. El instinto son los conocimientos primitivos, vienen como un software gratuito desde que nacemos hasta que morimos.

–          El intelecto es el sabiondo. Esta inteligencia cree que lo sabe todo y que el resto de lo que se pueda pensar no es tan válido como lo que proviene de manera intelectual. Invalida la parte antigua, noble y natural de los instintos; esta inteligencia incluye a la razón, a la parte lógica, la matemática y la científica, por lo que nos hace pensar que es la única con autoridad de imponer pensamientos.

–          La intuición es la unión entre el instinto y la parte intelectual de nuestra mente. Esta aleación es la que nos concede funcionar como un todo, como una unidad que se complemente a si misma y que complementa al resto del mundo (si decidimos escucharla, claro). “La intuición es de naturaleza espiritual, siempre es, siempre está. No puede ser comprendida desde la razón, es un intervalo en el tiempo, y en éste se halla la verdad.»

“El problema es el intelecto, la mente humana reciente, y dado que tiene la razón, la lógica de su parte, logra convencerte de que los instintos son malos y la intuición algo inexistente.  La sentencia descártica del mundo, «pienso y luego existo», llevó al hombre a nutrir sólo uno de sus aspectos de la inteligencia: el intelectual. Dado que el ser humano opera literalmente desintegrando, partiendo de que es su intelecto y nada más, bloquea sus otras dos inteligencias indispensables para despertar el poder pleno del «yo creativo». La religión dogmática y el sistema en general imparten culpa con respecto a nuestra naturaleza instintiva o animal. (…) El sistema tradicional atiende a esta necesidad creando hospitales, cárceles y clínicas psiquiátricas… el ser humano viene y va y no descubre ni por qué vino; deambulamos por la Tierra sin la brújula que nos lleva de forma natural al verdadero destino.» (Witzner, 2009)

El ego es parte de nosotros. Sería magnífico que pudiéramos separarlo y verlo desde fuera, pero no podemos. El ego es quien nos aleja del “aquí y ahora” y nos lleva a lamentarnos de lo que fue (o no fue) y a preocuparnos o fantasear con lo que vendrá (o no vendrá). El ego agranda el espacio que hay entre el inconsciente y el consciente. Sin embargo, aunque no podamos silenciar al ego, podemos apaciguarlo de muchas maneras. Se tiene que empezar por conocerse a uno mismo, y a partir de eso trabajar con dedicación para retomar el control de nuestros pensamientos. La voluntad es un músculo. El conocimiento es una herramienta. Si ya sabemos algunos datos útiles sobre el funcionamiento de nuestro cerebro, podemos procurar trabajar con él de manera productiva y positiva.

“¿Cómo luchar contra las ideas? Con otras ideas… ¿quién gana? ¿quién pierde? Y lo más importante, ¿quién eres tú?… ¿tan sólo una idea más?

La fuerza detrás de las ideas:

La mente tiene dos expresiones básicas: los contenidos y los modos. Los contenidos son diversos: pensamientos, conceptos, ideas, recuerdos, etc. Los modos son básicamente cuatro: definición, culpa, conflicto y proyección. Por ejemplo, si algo «malo» pasa, la Mente buscará un culpable o se culpará a sí misma. Si ocurre algo que choca con tus ideas de lo correcto, la Mente irá al modo de conflicto e intentará imponerse o defenderse. Si hay algo que está más allá de tu comprensión, irá al modo de definición y creará un nuevo concepto. Y al entrar en contacto con la realidad, emergerá el modo de proyección, en la que proyectará una realidad ideal y se activará para alcanzarla… quizás los contenidos han ido cambiando en la historia, pero la forma en que procesamos todo, cómo percibimos e interpretamos y cómo reaccionamos, ha sido siempre a través de los mismos cuatro modos». (Graf & Wagner, 2007)

El sufrimiento permite entender la felicidad y la angustia permite entender la paz. Por eso es tan importante la dicha como la tristeza, los momentos bajos como los altos. Sin uno, no podríamos apreciar el otro. No podemos solamente inhalar o solamente exhalar; necesitamos las dos partes. El “secreto” está en encontrar un equilibrio en el que aceptemos la realidad tal y como es, nos aceptemos tal y como somos y abracemos esa realidad para poder vivir en paz con el aquí y el ahora (que en realidad es todo lo que tenemos).

¿Somos realmente libres? Nuestra raza se considera la más evolucionada de todas. Probablemente existan suficientes argumentos que refuercen esta afirmación, sin embargo, esta «evolución» de la que hablamos trae consigo tanto ventajas como desventajas. Por ejemplo, nuestro cerebro funciona de una manera muy peculiar : consumimos un porcentaje altísimo de nuestra energía en tratar de imaginar qué es lo que «el otro» piensa sobre mí, sobre lo que yo pienso, sobre lo que yo hago, sobre lo que yo soy. ¿Para qué? Para poder predecir futuras acciones y poder, de alguna manera, dirigir o controlar nuestras vidas pero con base en «el otro». Esto es algo sumamente extraño. Ningún otro animal basa su vida en lo que cree que los otros creen. ¿A caso esto no es una gran limitante para nuestra supuesta «libertad»? Aun así, es una acción automática de nuestro cerebro. Somos presos de nuestro ego. Ese es el verdadero conflicto del hombre. Sabemos que el ego ha formado, forma, y formará parte de nosotros para siempre. No podemos pensar ni existir sin esta parte de la mente. No obstante, aunque no sea posible terminar con el ego, sí es posible bajar el volumen de su pedante voz. ¿Qué es lo que nos mantiene aprisionados? Son esas persistentes conversaciones con uno mismo, que se atoran en el pasado (arrepentimientos, melancolía, rencor), o en el futuro (planes, posibles soluciones, ideales) y nos olvidamos de vivir en el presente, que es el único momento y lugar en donde podemos encontrar la libertad.

Para conseguir que el ego ceda, por tanto, es necesario enfocarse en el presente. En un respiro, en una risa, en un estornudo, en el atasque del tráfico, en la espera del pan en la tostadora, en estirar los brazos al despertar, en el primer trago del café… valorar y vivir el presente es sólo cuestión de querer hacerlo. Y como todo «hábito» lo único que se necesita para notar mejorías, es la práctica. Repito: La voluntad es un músculo (aprovecho para agradecer a la profesora que dijo esta frase en una de sus clases, ya nunca se me olvidará).

Trabajos citados

Witzner, A. (2009). Creando el Cielo en la Tierra. Ciudad de México, México: Editorial Pax.

Graf, O., & Wagner, C. (2007). Volver a sentir. Ciudad de México, México : Offset Universal.

 

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